Dikt Ii
Un día grande, ¡grande aurora! irguiose la montana
El mundo americano. Febril se conmovió;
Ciño a su casta frente la virgen su corona
Y el grito sacrosanto de Independencia dio.
«Venid hasta mi valle – clamo con voz potente –
Venid, pueblos hermanos, la marcha apresurad;
El hijo se emancipa y se hace independiente:
El Dios de las batallas nos dé la libertad.
El ave hace otro nido apenas tiende el vuelo;
El pez pasa del rió al insondable mar;
La tenue flor arrastra su polen en el suelo
Allí, donde los vientos la quieren arrastrar.
«Alzad, americanos, las frentes humilladas;
La luz del cristianismo también nos alumbro;
Las glorias de Castilla no pueden ser manchadas,
Por una servidumbre que Cristo rechazó.
«Acaben las tinieblas, de fin la noche opaca
Y luzca ya la aurora del Bien, la Humanidad;
Venid a las orillas del ancho Titicaca;
Y esta, sera la cuna de nuestra libertad».
Los ecos de los Andes, la voz multiplicaron
De la matrona augusta; la tierra retembló;
Los nietos de los Incas, las armas empuñaron
Y el Dios de las batallas su libertad les dio.