Dikt Trakl
Y aún un recuerdo a mi hermano, el dulce destrozado Trakl,
Encargado de farmacia. Porque este oro final del día de soledad
Antes ha caído sobre su frente. Porque su corazón
Echó raíces como canas en sus cabellos de los veinte años.
Porque sus pasos en las aceras judías no hundieron el pavimento
Que los monstruos de la solidez ficticia soportaba.
¡Pudiera yo haber y dar una sangre de doncellas
Bellas, amables al crepúsculo, que reanimara
Sus venas bermejas y sus miembros de hierro!
Pero el ciervo muerto en la linde del bosque
Sigue manando sangre para la purpúrea y redonda fuente.
Y, hermanos de la siembra, los amantes reposan
En el rosado banco.
Cuando se nutren de acero de campana los cuervos de la altura,
Y la huérfana camina por la desventura de los extensos campos,
Arropada tan sólo del espermático afán
De la inmensidad celeste.
¡Tan fácil es amar sobre la sabiduría sombría de los muertos!
Azul cae sobre la densidad un no sé qué de irreal.
Sobre lo corpóreo tiembla un hálito de sueño.
(Nerval, hermano mío, tampoco mueres en mi frente tú.)
(Tumba sobre tumba se acumula el sueño de los hermanos muertos.)
El solitario arroja lejos su corazón
Que se convierte en amada en la linde del bosque.
Lento es el paso del que ordena las horas con las horas.
De pronto reconoce el olvidado
Que su recuerdo de la muerte es anticipado al, llamémoslo, hecho.
La mariposa (amarilla) añade hojas con sus alas
Al árbol que vela en el otoño.
En el aire interior de la pequeña casa
No hay cobijo que escape a ser alcoba.
Lenta desciende la música por las letras del nombre de la amada.
Cuando el dorado otoño extiende su sombra.
Bajo la apariencia de realidad, de oscura densidad
Del sueño del convaleciente, el solitario reafirma
Su convencimiento sentimental en la verdad y la belleza
Del universo del amor, y sale y desea y alcanza
La rubia muchacha en el eco del agua y de la luz.
Torpes mueren los pájaros oscuros en el último de los días.