Dikt Cincuenta y tres vistas de tokaido
Una demorada marcha de ocres oxida la mañana
hacia el fondo de la página.
Aire cortado en vano,
olores alborotados aquí
brisa que arrastra humos grises allá,
sobre la ciudad de las dulces hablas.
Por la ventana se cuelan las idolatrías:
el tam-tam de los guerreros águila,
el aroma de los pipiles, la quesadilla y la grasa.
Aire que crece en vano,
porque el polvo acartona las hojas,
la conminatoria del otoño
que yergue su gesto
y conjetura con sus primeros soplos
el ubicuo coro
entre el aire que se levanta en vano:
mañana es Domingo de Gloria
y el Zócalo estará lavado de culpas.
Para el camino a casa,
Hiroshigue ha pintado la situación:
una honda venia al viento
y manos que se niegan a obsequiarle el sombrero.
«El año pasado viniste más bien del sur.
¿Cómo puedes aspirar a un nombre?»,
sale una voz de entre los cuerpos acamellados.
Así van las cincuenta y tres vistas a Tokaido
y la mía,
por los lindes de Coyoacán:
escenas de un mundo flotante
dedos que condensan el arrebato del bosque
entre el aire que corta en vano.