Dikt El arbol sagrado
Del Tapiete en la comarca
De una joven la memoria
Conservo la tradición,
Todos refieren su historia
Y la virtud meritoria
De ese mártir corazón.
De esa joven el sepulcro
Es como un templo sagrado,
Es asilo protector;
Allí se consulta el hado,
Y allí van jefe y soldado
A retemplar su valor.
Un lapacho gigantesco,
Cual su túmulo imponente,
Quiere la nube escalar;
Estalla el rayo en su frente,
Y el águila y la serpiente
Se ve en su cumbre luchar.
A la sombra de aquel árbol
Ante el cual los huracanes
Pasan cual brisa fugaz;
Se reúnen los capitanes
Para combinar sus planes
De la guerra o de la paz.
Cuando su manto escarlata
Arroja a la extensa falda
En donde el coloso crece,
Y cubre su inmensa espalda
Otro manto de esmeralda,
Con sangre el suelo parece.
Dirías que esa joven
A quien le cupo una suerte
De pesares y aflicción,
De su morada de muerte
Sangre inextinguible vierte
De su mártir corazón.
Es, pues, el árbol sagrado
Que da sombra protectora
Contra el sol abrasador
Al salvaje que allí mora,
Al que su infortunio llora,
O al audaz explorador.
Cuando este rendido cae
En su camino de gloria,
Que a la muerte talvez va;
Un anciano la memoria
Evoca, y cuenta la historia
De la hermosa Celichá.
Quizá entonces conmovido,
Y con la piadosa mano
Graba el signo del cristiano
En el tronco secular,
Porque es la vida, un arcano,
De esta joven singular.
¿Quién fue esta? ¿Cómo pudo,
En las tinieblas crecida,
Mundo mejor entrever?
¿Cómo ese germen de vida,
En el salvaje homicida
Sembrar quiso esta mujer?
¿Fue la planta transplantada
A un arenoso desierto
En alas del aquilón?
¿Náufragos sin rumbo cierto
Tuvieron sereno puerto
En su cráneo y corazón?
¿Fue la precursora santa
Que los mundos eslabona
Con las cadenas del bien?
¿Por qué ciño esta amazona
Del talento la corona
Que sangra y quema la sien?
¡Pobre Celichá! Fue ella
Astro de paso que, un día
Dejo su estela de luz:
Si en el bien y amor creía,
Su sepulcro merecía
La sombra de excelsa cruz.
Y allí duerme, allí descanza;
Ya la angustia no devora
Ese noble corazón.
La madre, allí, no le llora;
Ni en la noche, ni en la aurora
Se alza piadosa oración.
¡Cuan solemne es el silencio
De esa tumba…cuan sublime!
Solo se escucha el rumor
De la brisa que allí gime;
Allí, triste, el grito oprime
Del lejano cazador.
¡Duerme en paz! Sí de la vida,
En el porvenir incierto,
No encontró sereno puerto
Contra airada tempestad;
Ahora la envuelve el desierto
Con su augusta majestad.