Dikt Sobre los ijares de rocinante
Mi padre tenía manos generosas
Muy pocas veces puño o índice acusador
En largas vigilias escuché sus palabras
Con la impavidez de quien mira
Llover en macondo
(no había en mí tierra madura
Para recibir sus profecías)
Pero sin saber cuándo ni de qué forma
Encarnó sus sueños en los míos
Él olvidaba con frecuencia mi edad
Solía confundirme con un niño
De perinola y cometa
Para añorarme a su manera
Otras veces me tomaba por un viejo
Muy querido fantasma
Y a él le contaba uno a uno sus silencios
Mi padre decía que hay borregos y pillos
Con mucho miedo y poca vergüenza
O que la vida tendrá que ser otra
O en el futuro o caray o qué cosas hombre
Cuando pequeño tuvo una fiebre
Que hizo estragos en sus ojos
Sin embargo a nadie he conocido
Que pudiera ver con tanta precisión y cariño
Cosas y seres aparentemente pequeños:
Ahí donde otros pisaban
Él se hacía a un lado y dejaba
O ayudaba a pasar
Esa actitud cotidiana lo convirtió
En sospechoso de buenismo inclaudicable
Hecho que motivó el ensañamiento de sus enemigos
Mi padre escribió un libro de poemas
Y en uno de ellos me decía: «qué alegría
Tan grande sentir cómo se agiganta
La espiga de tu espíritu
Y se proyecta mi consciencia en la tuya
Confundida en la sangre que te dio mi esperanza»
Luego abandonó la poesía
(había labores más urgentes)
Pero ella se negó a abandonarlo
Aduciendo pretextos desesperados
Mi padre un día de cuyo nombre
No quiero acordarme fue declarado muerto
Por médicos que nada saben de estas cosas
Y bajó al útero de su tierra
Montado sobre los ijares de rocinante
No dijo luz más luz
Sino soledad otra vez soledad
Porque han de saber que para los buscadores
El vacío es una sanguijuela voraz
Adherida a las sienes
Para muchos él siempre había medido
Un metro con setenta más o menos
Pero aquel día de acuosa y asfixiante sombra
Vimos cómo su corazón rompía
El maderamen del ataúd
Las paredes de la casa
Los invisibles muros de la ciudad
Y por sobre gritos escandalizados
De amigos y parientes
La certeza de que teníamos aquella enorme
Y palpitante herencia nos hizo dejar de llorar
(salvo una que otra lagrimita)
Durante todos estos años
Mi padre entra a veces a mi cuarto
Por las ventanas abiertas y se sienta
Al escritorio a amasar poemas
Que luego digo que son míos
(por no delatarlo)
Con el tiempo nos hemos acostumbrado
A nuestra soledad inexorable
Y en los espejos ya no hay desencuentros
Ni miedo ni angustia
Solo el reconocimiento de la entrañable
Hermandad que nos agranda.