Poesía española

Poemas en español


Dikt Tabaquería

ESTANCO

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Esto aparte, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
Del cuarto de uno de los millones del mundo que nadie
sabe quién es
(y de saberse quién es, ¿qué se sabría?),
dais al misterio de una calle cruzada constantemente
verdadera,
con el misterio de las cosas debajo de las piedras y los
seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y
cabellos blancos a los hombres,
con el Destino conduciendo al carro de todo por la
carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morir
y no tuviera más hermandad con las cosas
que una despedida, convertidos esta casa y este lado de
la calle
en hilera de vagones de un tren, silbada su salida
desde dentro de mi cabeza,
y sacudidos mis nervios y chirriantes los huesos en la
marcha.
Hoy estoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
al Estanco del otro lado de la calle, como cosa real por
fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real
por dentro.

Fracasé en todo.
Como no tenía propósito alguno, todo tal vez fuese
nada.
Del aprendizaje que me dieron
me descolgué por la ventana de las traseras de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Mas allí sólo encontré hierbas y árboles,
y gente, cuando la había, igual a la otra.
Dejo la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de
pensar?

¡Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé lo que soy!
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa!
Y tantos hay que piensan ser la misma cosa que no
podrán serlo tantos.
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños tan genios
como yo,
y la historia no marcará, ¿quién sabe?, ni a uno sólo,
ni quedará más que estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos descabalados por
tantas certezas!
Yo, que de nada estoy cierto, ¿soy más cabal o soy
menos cabal?

No, ni en mí…
¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
no habrá a estas horas genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni hallarán los oídos de
nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo
y no del que sueña que puede conquistarlo, aunque
tenga razón.
He soñado más que cuanto Napoleón hizo,
he estrechado contra el pecho hipotético más
humanidades que Cristo
He hecho en secreto filosofías no escritas aún por ningún
Kant.
Mas soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta junto
a una pared sin puerta
y cantó la cantinela del Infinito en un gallinero
y oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que me busca el cabello,
y lo demás, que venga si es que viene o ha de venir, o
que no venga
Esclavos por el corazón de las estrellas,
conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de
la cama;
pero despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera
más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, niña,
come chocolatinas!
Mira que en el mundo no hay más metafísica que las
chocolatinas.
Mira que las religiones todas no enseñan más que la
confitería.
¡Come, niña sucia, come!
¡Ojalá pudiese comer chocolatinas con la misma verdad
con que las comes!
Mas yo pienso, y al quitarles el papel de plata, que es
hoja de estaño,
lo tiro todo al suelo, como tiré la vida.)

Pero de la amargura de lo que nunca seré queda al menos
la rápida caligrafía de estos versos,
pórtico hendido hacia lo Imposible.
Pero al menos consagro a mí mismo un desprecio sin
lágrimas,
noble al menos por el gesto de largueza con que arrojo
la ropa sucia que soy al discurrir de las cosas
(mas no tomo nota)
y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
seas diosa griega concebida cual estatua viva
o patricia romana de imposible nobleza y nefasta
o princesa de trovadores muy gentil y abigarrada
o marquesa del siglo dieciocho escotada y distante
o cocotte célebre del tiempo de nuestros padres
qué sé yo qué moderno – no concibo bien qué-,
todo eso, sea lo que sea que seas, ¡si puede inspirar, que
inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como los que invocan espíritus invocan espíritus, me
invoco
a mí mismo, y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez
absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que se entrecruzan,
veo los perros, que también existen,
y todo eso me pesa como una condena al destierro,
y todo eso es ajeno, como todo.)

Viví, estudié, amé y hasta creí,
y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo porque él
no es yo.
A cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira
y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni
amado ni creído
(porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer
nada de eso);
tal vez hayas existido sólo como la lagartija a la que
cortan la cola
y es cola removiéndose más acá de la lagartija.

Hice de mí lo que no supe
y lo que pude hacer de mí no lo hice.
Vestí un dominó equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era, y no lo
desmentí, y me perdí
Cuando me quise quitar la máscara
la tenía pegada a la cara.
Cuando me la quité y me vi al espejo
ya había envejecido.
Borracho, no sabía ya vestir el dominó que no me había
quitado.
Arrojé la máscara y dormí en el guardarropa
como un perro al que tolera la gerencia
por ser inofensivo.

Y voy a escribir esta historia para probar que soy
sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte cual cosa hecha por mí
en vez de quedarme siempre frente al Estanco de
enfrente
pisoteando la consciencia de estar existiendo
cual alfombra en que un borracho tropieza
o felpudo que robaron los gitanos y no valía nada.

Mas el Dueño del Estanco asoma a la puerta y
permanece en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de tener mal colocada la
cabeza
y con la incomodidad del alma que está malentendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero y yo dejaré versos.
Un día también morirá el letrero, y los versos también.
Tras ese día morirá la calle donde estuvo el letrero
y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante donde aconteció
todo eso.
En otros satélites de otros sistemas algo así como gente
seguirá haciendo cosas como versos y viviendo bajo
cosas como letreros.
Siempre una cosa frente a la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio de lo hondo tan verdadero como el
sueño de misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa, o ni una cosa ni otra.

Mas un hombre entra en el Estanco (¿para comprar
tabaco?)
y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me semincorporo enérgico, convencido, humano,
para intentar escribir estos versos en que digo lo
contrario.

Enciendo un cigarrillo mientras pienso en escribirlos
y en el cigarrillo saboreo la liberación de todos los
pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia
y gozo, en ese momento sensitivo y adecuado,
la liberación de todas las especulaciones
y la consciencia de que la metafísica es una consecuencia
de hallarse uno indispuesto.
Después me reclino en la silla
y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si me casara con la hija de mi lavandera
tal vez fuera feliz.)
Visto lo cual me levanto de la silla. Me acerco a la
ventana.

El hombre ha salido del Estanco (¿guarda el cambio en
el bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El dueño del Estanco se ha asomado a la puerta.)
como por instinto divino Esteves se vuelve y me ve.
Gesticula un adiós, le grito ¡Hola!***, Esteves!, y el universo
se me reconstruye sin ideal ni esperanza, y el Dueño del
Estanco sonríe.



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Dikt Tabaquería - Fernando Pessoa