Dikt Oda al marques de sade (mediodía)
¡Oh, mediodía!
Las cadenas han arrastrado
animales de fuego sereno,
sus miradas de terciopelo
han vertido crueles emanaciones.
El opio del día es un tormento;
la acidez de las nubes sin rumbo,
¡rojas!, son un plomo vasto de manos arrancadas,
¡la tierra se estremece,
el sol fecunda las partes,
la rama de los vidrios cae en el dolor de las venas!
¡Oh, mediodia!
La fuente de los charcos,
el lirio azul de los bosques profundos
es aún una vastedad sin herir.
¡Sade!, el de las primeras horas, ¡Sade!
Con el rumbo de las ortigas en la boca,
con la espina del murmullo en la saliva,
-¡da el primer paso sin tormento!-
Era la primavera de las cunas,
la iluminada ponencia del horrible destello.
Lejos de la luna,
en el eco de las humedades,
en el sexo podrido de la rosa de los bosques,
llegaste ¡Sade!…
El mediodía quebrado en las colinas,
el mediodía en las aguas frescas de la mejilla,
fueron tu tentación.
Acabado como los astros sin embrión,
Microcosmos del saber,… todo lo embriagaste.
Las águilas de las uñas
volaban en la sangre de tus ojos,
y en tu mirada, el distante mar, era una mueca de horizontes vacíos.
Las rosadas calles de la locura,
el incienso de los pinos quemados,
la brisa del polen,
fueron la solitaria esquina de los papeles sin letra.
En el fondo del ruido,
en la hora escamosa de la serpiente,
tu nudo voló al alto sol.
La pierna desnuda
fue Amor en tu bosque de helechos muertos.
Como las aves de las campanas
sin constelación, acudiste al ojo paralítico.
¡ Tu llanto fue de virtudes insospechadas,
tu rebeldía una fuente de amargos hipos!
Miraste el sol sin pupilas,
lo miraste en la profunda noche de tu dolor.
De la hora del mortal reloj
fue viva tu llama
entre la pronunciada figura
de la niña blanca.