Dikt Judith y holofernes
Blancos senos, redondos y desnudos, que al paso
De la hebrea se mueven bajo el ritmo sonoro
De las ajorcas rubias y los cintillos de oro,
Vivaces como estrellas sobre la tez de raso.
Su boca, dos jacintos en indecible vaso,
Da la sutil esencia de la voz. Un tesoro
De miel hincha la pulpa de sus carnes. El lloro
No dio nunca a esa faz languideces de ocaso.
Yacente sobre un lecho de sándalo, el Asirio
Reposa fatigado, melancólico cirio
Los objetos alarga y proyecta en la alfombra…
Y ella, mientras reposa la bélica falange
Muda, impasible, sola, y escondido el alfanje,
Para el trágico golpe se recata en la sombra.
***
Y ágil tigre que salta de tupida maleza,
Se lanzó la israelita sobre el héroe dormido,
Y de doble mandoble, sin robarle un gemido,
Del atlético tronco desgajó la cabeza.
Como de ánforas rotas, con urgida presteza,
Desbordó en oleadas el carmín encendido,
Y de un lago de púrpura y de sueño y de olvido,
Recogió la homicida la pujante cabeza.
En el ojo apagado, las mejillas y el cuello,
De la barba, en sortijas, al ungido cabello
Se apiñaban las sombras en siniestro derroche
Sobre el lívido tajo de color de granada…
Y fingía la negra cabeza destroncada
Una lúbrica rosa del jardín de la noche.