Dikt En casa de la madre
Todo el amor del mundo
cabía en mi casa.
Pero el odio reclama sus espacios
y la orfandad exige su ración
de muerte.
Todo el amor del mundo
se instala bajo la sombra
en el rincón destinado a la podredumbre…
Solidarios en la noche,
hermanos por última vez,
agazapados al amanecer,
sorprendidos por el milagro de la vida
al mediodía.
Todo el rencor del mundo
lloviendo,
estallando,
matando…
¿Hasta dónde, Señor, hasta cuándo?
Todo el odio del mundo cabe en una bala.
Pregunté:
¿Cuántos ladridos hacen la jauría?
La dentellada fue el primer aviso.
Las venas calladas denunciaron la avería
y comprendí la ferocidad del cangrejo
cuando desgaja arterias.
¿Por qué tuvo que ser verdad mi profecía?
¿Por qué el silencio no decapitó
los estruendos de mi lengua?
¿Cómo perdonarle a la muerte su osadía,
si este mar de horas no devuelve el ahogado
a los dolientes?
¿Quién es el responsable de esta afrenta?
¿Quién debe ser perdonado?
¡Más le vale a la vida su coartada!
¿Acaso valen las excusas, los remordimientos?
¿Cómo fue que no escuchamos el silbato, llovió acaso?
¿Qué decir cuando la anécdota traicione?
Tengo las manos sucias de preguntas…
Pregunté una vez y volví a preguntar,
Pero nadie, nunca, ninguno me devolvió la llamada.
La muerte llega,
su gesto cotidiano
desgrana rigurosos lutos
y lágrimas alcoholizadas;
llena templos sumergidos
en un sórdido panal de campanadas;
descalza la vida, toca fondo,
penetra mis calles
y revienta las puertas de mi casa.
Llega, bélica y voraz,
con cara de funesto dictador
repartiendo bofetadas.
Llega, animal impasible y arroja tu senectud al patio,
tus dientes postizos, tu silencio,
tu recuerdo embalsamado.
Llega y me desarma el canto,
derrota la columna de mis versos…
El día penetra por mis ojos,
las palabras se me enredan en la lengua
cuando mi madre suda impotencia
y tú te marchas por un agujero del mundo
y nos dejas sordos,
amasando en silencio tus memorias.