Dikt Carta no. 9
En un bache, ni hacia atrás ni para adelante, ni hacia arriba ni para abajo, apagas el motor, bajas y te plantas en el suelo a la espera de la nada. Limpias tus zapatos sucios por el lodo y te rascas la barriga con bostezos de difunto enamorado.
Te sientes muerto, con el alma tiesa y aterida; en la mano te cargas el cuerpo, los ojos y los bellos que se humedecen, en aquella solución preparada con sales de amargura.
Sin decisiones, sin fuerzas ni para gritar por el aire, abrázame, toma mi mano y restrégate la cara.
Sin aliento, ahogado en un balde repleto de los olvidos mas pequeños : Hola, ¿Te llamas… Libro? , mírame por que existes, ¿Cansado?, toma mi olvido y llénalo, ¿Te acuerdas?.
Cansado sin cansancio, con el hastío a cuestas, cargado en un morral que huele a limpio, que huele a niño, a oración espantada por los gritos.
Sin llorar ni maldecir a las líneas por que te he conocido o por que te huelo a diario. A salvo solo por las letras, por la marca del poeta que nunca ha escrito un libro que se llame «olvidarte».
En la mañana camino con los ojos cerrados, por que tengo miedo de toparme con la cara del entierro a la que asiste mi vida, en muchedumbre y en silencio, con los cirios desbordando agua blanca por el ancho de las manos, con el frío que tienen las mañanas cuando espantan vírgenes por las calles.
Sin la escucha de sirenas, con los senos en las manos, naciéndoles hijos que se visten de azules y de grises, gritándoles en arrebato: Caídos y roídos, raídos, ridículos, torpes con las manos, ojos de sal y de ceniza, ruines, ácaros huele polvos, frígidos.