Dikt Post scriptum
A Leopoldo Javier Dueñas Garrido lo enterraron una tarde de
otoño en el cementerio de un pueblo que no era el suyo.
Empezaba a hacer frío. Asistieron al funeral tres compañeros
de oficina, un representante de tinta para fotocopiadoras,
una vecina octogenaria y el dueño del bar que frecuentaba.
Yo fui testigo.
Fue la suya una muerte repentina e incorrecta.
El cura, en el sepelio apresurado y breve,
olvidó hacer mención al descanso de su alma.
Dejó media hipoteca del piso, una colección
de sellos antiguos y este poemario sin fechar.
Dios lo tenga en el limbo





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