Dikt Retorno a hollywood
Allá, en la sala de la funeraria, rodeado de poca gente,
maquillado y teñido, «Se diría que está vivo»
-sólo en sus manos se notaba el estrago del alcohol y los
años-,
Scott Fitzgerald esperaba el tren de regreso al hogar.
«Pobre hijo de puta», sentenció Dorothy Parker delante
del ataúd.
Después cargaron la caja con destino a Baltimore
para terminar de una vez la comedia.
Pero al llegar allí, surgieron los problemas
y pese al cuidadoso maquillaje y al vistoso teñido,
el obispo católico le negó la tierra y la bendición
-notoria era su inmoralidad y pecaminosas las páginas
escritas-.
Así que retocado el rojo de los labios
y cubiertas sus manos con una bandera de la Unión,
cerraron el ataúd y regresaron al tren.
Desde entonces, a lo largo y a lo ancho del país,
su cadáver ha seguido viajando y viajando,
deteniéndose de vez en cuando – infructuosamente-
en algún cementerio o exhibido en las ferias locales.
Hoy, en toda América es famoso el tren de Scott
y la última noticia que tuve de él
es que acababa de pasar por la estación de Denver,
de regreso a Hollywood, al éxito y la fama.