Dikt Rapto de paz
Ahí están
Los jardines de los algodonales,
Y su tierra fértil, azul ebria,
Serenos, suspendidos, sin raíces.
A la espera de la brisa fría.
Los veo en el techo, gravitando
La bóveda de los ángeles libres, del duende incierto.
Quisiera abrirla, de versos, abrirla,
Volcarla más allá,
Para partir a la estrella blanca;
Pero están inmóviles,
Tratando de decirme con su quietud;
En el observatorio solitario de madera
Con la música del clavicordio; invitarme
A su comunión.
Y es que no sé dejar de verlos intactos,
Tatuados en el horizonte virgen.
Cuando trato de buscar el silencio,
En el camino de la piedra filosa,
De la despedida.
Aquel de sombras agudas con picos zurcidos de gris.
Su música comulga, me deja proseguir en un vahío triste.
Y ahí están suspendidos,
Los algodonales con sus alas blancas,
Elevados con las dos cruces;
La de hierro, iniciada de libertad.
La de madera, incendiada de adentro,
Desde la piel amiga,
Que enceguece, agoniza.
Con el velo blanco de la mañana,
Y mis manos enjutas, dentro de los bolsillos cálidos,
Como unas flores de sal,
Y un pañuelo húmedo por el aroma del adiós.
Y llegará el momento en que la brisa, anuncie, el camino de la ida.
Entrará abriéndolo en la bóveda del algodonal sereno,
Las alas blancas alzarán su vuelo.
Irán a su morada,
A un destino incierto, a una cima verde.
Ahí estarán,
Colgados de la palabra, en la piedra,
Ahí dejaré los pétalos de sal,
El pañuelo húmedo.