Poesía española

Poemas en español


Dikt Silva

A Luisa Todi

¿Qué se negó de la falaz Armida
Al mágico poder? Su voz sonaba,
Y el báratro profundo
De sus lóbregos senos alanzaba
El tremendo escuadrón que la servia.
Viérase al punto de infernal veneno
Toda inundarse en derredor la esfera,
Arder el rayo y retumbar el trueno.
La rápida carrera
Suspenderse del sol, bramar los vientos,
En sus hondos cimientos
Estremecerse el mar y mal segura
La tierra contrastada,
De sus ejes eternos desquiciada.

Mas cuando al fin enamorada y ciega
El corazón indómito rendía,
Y de perder su amante recelosa,
En los fines del orbe le escondía,
Ya no era entonces la espantosa maga;
Era ya una deidad. El polo yerto
Ostentose cubierto
Con el manto de Flora;
Por los fecundos prados
Las fuentes murmuraban
Y de esencias bañados
Los céfiros jugaban con las flores
Volaban los Amores
Las gracias y el deleite en pos de Armida
Y ella entre tanto de Rinaldo asida
El coro de las aves escuchaba
Que al placer y al amor la convidaba.

Tal fue entonces Armida; y tal ahora
Tú ¡oh! poderosa Todi la presentas
Ya en ternura y delicias anegada
Temerosa después, y al fin furiosa
Viendo su gloria y su beldad hollada.
Invención celestial. No, no es Armida
La que así nos enciende
Y el agitado espíritu suspende
El mentido poder que por su encanto
Tuvo en los elementos confundidos,
Hoy en nuestros oídos*
Lo alcanza el arte y lo renueva el canto.

¡Soberana armonía!
¿En qué sus dulces y halagüeñas flores
Más bien que en tus loores
Esparcir deberá la poesía?
Pero ¿cómo en su vuelo
La poderosa voz seguir podría
Que pasma al mundo y maravilla al cielo?
Ella parte suave;
Y ora orgullosa y grave
Del espacio los ámbitos domina,
Ora en quiebros dulcísimos se pierde,
Y delicada trina;
Ora sube al Olimpo, ora desciende,
Y ora como un raudal rico y sonoro
Vierte súbitamente en los oídos
De su riqueza armónica el tesoro.

Sola la admiración enmudecida
Seguirla puede en su veloz carrera;
¿Y do ha vivido el corazón de fiera
Que se negase esquivo
De su expresión celeste al atractivo?

¡Oh! no es posible el evitar su imperio
La fogosa energía
De su gesto y acción se le prometen,
Y su mágico acento y melodía.
Aquí vence, aquí triunfa, aquí arrebata
Vedla de gloria y majestad vestida
Cuando del solio el esplendor retrata
Vedla después, desesperada y llena
De cólera y soberbia amenazando
Nube parece que espantosa truena,
O terrible Aquilón cuando soplando
Con hórrido silbido,
Sacude el universo combatido.

¿Mas cuál benigna suavidad se siente?
Él es, el blando Amor, el hijo ardiente
De la hermosa y divina Citerea.
Más dulce y grato que la miel hiblea,
Más puro que los céfiros, su acento
Sale inflamando el viento,
Y por do quiera su ternura inspira.
Ya tras el bien perdido
Vaga anhelante y con dolor suspira;
En el dulce trinar pinta el gemido,
En los blandos gorjeos
Aparecen los tímidos deseos,
La amorosa inquietud, las ansias tiernas,
La risa alegre y apacible juego
Que ceban tanto el delicioso fuego.
Ya con tono más grave
La sublime constancia se ve ornada,
O en celeste deliquio modulada
Del caro bien la posesión suave.

Entonces gime el insensible, entonces
Hasta los duros mármoles se agitan;
Amor aprende a amar, a amar incitan
El eco, el viento, y de tu voz herido,
Por su divino impulso es arrastrado
Mi corazón vencido.
Salta en el pecho, y sin cesar palpita,
Todo anegado en el amante anhelo
Que inspira el canto; su vehemente llama
Veloz discurre por mi sangre y venas,
Y en todas ellas su calor derrama;
Derrama su calor, que vuelto en llanto,
Sin ser posible a contenerle el seno,
Salta a la vista en delicioso encanto.

¿Quién de tu genio mesurar podría
La extensión y el ardor? Dinos, ¿en dónde
Tuvo su oriente? En dónde
Se adestró a desplegar tal osadía,
Y de tanta riqueza salió lleno?
¿Fue acaso allá donde el feliz Ismeno
Corrió bañando la sonora Tebas?
¿O más bien sobre el Ísmaro sombrío,
Do por la vez primera
Los ecos de la música sonaron,
Y tras sí arrebataron
Los hombres y las fieras,
Las rocas y los árboles? ¿Do Orfeo
Su lira de oro celestial pulsaba
Los vientos a su voz se condolían,
Y a Eurídice llamaba,
Y Eurídice los montes respondían?

Igual, empero, o superior, tú impeles
Al seno del olvido
Los pesares amargos y crueles.
Yo lo vi, lo sentí. Del hondo averno
Por mi mal abortado
Un esquivo cuidado devoraba
Mi triste corazón, cuando presente
Vi la sidonia reina, que el amaba
Contra el troyano pérfido inclemente.
¡Bárbara atrocidad! Huye el ingrato
Sin que bastantes sean
De la mísera amante las querellas
Su fuga a suspender: huye, no cura
Los preciosos tesoros
Que fiel le prodigaba la hermosura;
Tesoros ¡ay! de amor y de ternura,
Y se entrega a la mar. ¡Qué de lamentos!
¡qué horrorosos acentos!
¡qué desesperación! En vano llora
La triste, y corre enfurecida, y gime;
En vano al cielo en su dolor implora,
Y a los hombres también; hombres y dioses
Al dolor y al horror la abandonaron
¿Morirá la infelice
Sin hallar compasión? Grande, sublime,
Terrible situación, que sorprehendido**
Mi espíritu admiraba,
Y olvidó su aflicción llorando a Dido.

¡Y que tan dulces horas
Hayan de fenecer! Mantua te pierde,
Mantua, que tanto te admiró; desierto
Se verá el gran teatro donde un día
Al eco de tu canto y los aplausos
El soberbio artesón se estremecía.
Mustio el espectador, irá a buscarte
Y no te encontrará; y en tal vacío,
¿Do está, dirá, la enamorada Elfrida,
La encantadora Elfrida? ¿Adónde fueron
La dulce Hipermenestra,
La arrogante Cleopatra y Cleofida?
Sombras sublimes, cuya hermosa idea
Inventar y animar el genio pudo,
¿será que nunca ya mi mente os vea?

Anda, vive feliz, corre el sendero
Que a tu brillante gloria abrió el destino;
Mas ¿qué le falta a su esplendor divino?
El universo entero
Su honor, su encanto, su deidad te aclama.
Llevada en raudo vuelo
Por la sonante trompa de la fama,
Pasmarás las edades, y asombrado
Te nombrará el artista y confundido.
Por más osado que su genio sea,
Tú el término serás de su esperanza,
Dique a su presunción: él desde lejos
Adorará tus soberanas huellas,
Y lucirá tal vez con tus reflejos;
Así en el alto Olimpo las estrellas
Brillan, mas solamente en noche umbría,
Cediendo el resplandor y la victoria
Al gran planeta que preside al día.



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Dikt Silva - Manuel José Quintana