Poesía española

Poemas en español


Dikt A la imprenta

A LA IMPRENTA

Perdona ¡oh sombra augusta de Quintana!

Si es osada mi pluma,

El tema a proseguir que con lozana

Inspiración trataste y gloria suma;

Humilde es el deseo que la mueve:

Pues loaste la Imprenta en sus albores,

Al comienzo del siglo diez y nueve,

El de cantar su noble gallardía,

Su viril ardimiento;

Hoy que, merced a alambres conductores,

Vuela más rauda que la luz del día;

Hoy que, doquiera late,

Llevada por veloz locomotora,

Como en férreo caballo de combate.

Cual ave errante que el agreste nido

Deja, no bien presiente

La fuerza de sus alas temblorosas,

Y va despareciendo lentamente

En la extensión vacía,

Así el verbo, salido

De los labios humanos, se perdía.

¡Cuántos geniales frutos,

Emanación de mentes creadoras,!

¡Cuántos claros principios absolutos!

¡Cuántos brotes precoces

Que el cerebro animaron,

Germen de mil ideas redentoras,

Han nacido y han muerto

Tristes clamantes voces

En árido desierto!

¡Pobre Ciencia obligada

A comenzar de nuevo su carrera,

Al llegar a la meta codiciada;

Estéril lanzadera

Con rompederos hilos preparada!

Como de flor en flor la mariposa,

La Tradición en vano

De labio en labio sin cesar se posa,

Repitiendo acuciosa

El elemento sano

La densa levadura

En que el hombre ha de hallar cumplida hartura.

Del recogido polen

Lo mejor va perdiendo en el camino,

Y al acabar de la ímproba jornada,

Impura y desgastada,

Llega pequeña parte a su destino.

¡Oh! bien haya quien tuvo la osadía

De esculpir en la piedra el pensamiento,

Con fantásticas cifras cuneiformes,

Y moles erigió que, todavía,

-como lenguas enormes –

Revelan el misterio

Del más antiguo y colosal imperio!

¡Oh, bien haya el fenicio comerciante

Que dio con el secreto de encarnar

La palabra vacilante

En esas breves enlazables rayas

Que forman el histórico alfabeto!

¡Bien haya el que pidió a la activa abeja

La virgen cera en que el estilo agudo

Con esfuerzo sutil la huella deja!

¡Bien haya quien más suave medio

Supo encontrar para su intento,

En las plumas del ave,

Más propias al ligero pensamiento!

¡Bien haya el que en crujientes pergaminos,

Nos transmitió jirones de la historia;

Héroes, fechas y nombres,

Que de pasados hombres eternizan

La espléndida memoria!

¡Bien haya quien en plácido cenobio,

Recopiando con mano presurosa,

Libertó del olvido y del oprobio

Tesoros de valía,

Preciosos elementos

Con que dar pasto en no lejano día,

A tórculos hambrientos!

Ellos del fanatismo y la ignorancia

Desanudaron la tupida venda,

Que el Genio omnipotente,

Logró al fin descorrer con maestría;

Y desbrozaron la escondida senda

Por donde Gutenberg venir debía;

Que nunca ha sido la invención humana

A manera del rayo.

Que instantáneo fulgura,

Y enrojece las nieblas de la altura;

Es la nube preñada,

Gota a gota acrecida,

Con tributos del mar, del lago y río;

Por mil vientos contrarios combatida,

Que, rotas sus entrañas tormentosas,

A un leve impulso de genial idea,

Se derrama en las mieses ardorosas.

Del Rhin naciste en la risueña orilla,

Imprenta veneranda,

Y, cual tabla que flota,

Seguiste su corriente

Que «anda, te dijo en su murmurio,

Anda, Mesías esperado de la gente».

No era ya suficiente,

Que el libro, fabricado

Por laboriosos dedos monacales,

Cantara, como pájaro enjaulado,

En los góticos claustros catedrales,

Fecundidad y libertad ansía,

Osado Gutenberg exclama: «sea,

Vuele libre a la luz del claro día,

Que el ave encarcelada no procrea.»

Y, con feliz empeño,

Del largo cautiverio lo redime,

En sueltas letras con afán compone

La concebida idea;

Los tórculos oprime,

Rechina el artificio quejumbroso,

Y a cada golpe en el papel la imprime.

¡Cuán hermoso después fue tu destino!

De Elzeviro Manucio y de Plontino

Las delicadas manos,

Con flores adornaron tu camino.

Bien presto, como río caudaloso,

Creció y creció tu influjo,

Y merced a tu auxilio generoso,

En millares de copias se produjo

La Biblia codiciada,

Antes objeto de imposible lujo.

Reemplazaste al juglar en la velada

Del castillo roqueño,

Y pudo la doncella enamorada

Por ti ser consolada

En las tristes ausencias de su dueño.

Árbol frondoso, tus lozanas hojas

Cayeron, como dones bienhadados,

En las comarcas al error sujetas;

Y medio concediste a los poetas

Para fijar sus tétricas congojas

Y revivir decires ya olvidados.

Diote el vapor su prepotente ayuda,

Al salvar los linderos de este siglo,

Y, con su fuerza ruda,

Los mismos hijos que engendró fecundo

En ti, con la pujanza de su aliento,

Paseó por los ámbitos del mundo

En el tren impetuoso,

Que deja atrás al incansable viento;

Y, al mediar la lucífera centuria,

-de tantas maravillas semillero –

El rayo, de los hombres prisionero,

Perdida ya su primitiva furia

Y domado su brío,

Vino a fianzar tu augusto poderío.

¡Oh, nuevo hallazgo, rico y verdadero!

El libro deshojose

Para poder volar con más holgura

Y arribar el primero,

Y, ya rota la añeja ligadura,

Apareció la prensa cotidiana,

Que en nuestros tiempos reina soberana.

Con palanca tan firme,

Soliviantas las masas intranquilas

Cual sus olas el piélago iracundo,

Y con ellas azotas y aniquilas

Y sepultas las glorias terrenales,

Y tornasa a erigir en un segundo

Estatuas en soberbios pedestales,

Y pones en la cumbre

A hombres salidos de humildosas filas,

Dueños hoy de la ignara muchedumbre.

Tú llamas a los reyes condenados

A mísero destierro;

Tú abates las antiguas dinastías;

Tú consagras las leyes;

Tú evidencias el yerro,

Aúnas los esfuerzos colosales,

Induces a la paz, la guerra mueves,

Que todo con tus bríos lo remueves.

Tú publicas a voces

Lo que en secreto el rayo te transporta

En sus alas veloces;

Eres Argos moderna,

Que todo lo escudriñas;

Nidal de las palomas mensasjeras,

Que de tu seno salen a bandadas,

A llevar a naciones extranjeras

Las nuevas deseadas.

Ángel de caridad que con tus preces

Hasta en tierras extrañas

Conmueves los más duros corazones,

Cuando el orbe conmueve sus entrañas.

El plomo entresacado

De los hondos abismos de la tierra,

Bala tal vez ayer en cruda guerra,

Hoy útil del trabajo venerado,

Y el papel que nació de harapo aleve,

Se rozan ante ti rápido instante,

Y surge de ese beso fecundante

El expresivo signo portentoso

Que llevará la luz al pensamiento,

Como en el recio choque de un momento

Del eslabón y el pedernal guijoso,

Brota chispa brillante,

Que la llama ocasiona fulgurante.

Al mirarte en tu férvido trabajo,

Soñadora la mente,

Te juzga ser viviente,

Susceptible de goce y de dolores,

Y más aún cuando crujir te siente

A. dar a luz con maternales quejas

Y si percibe plácidos rumores

En los puros instantes

En que, ébrio de placer, ansioso gimes

En tanto que copioso centuplicas

Las ideas sublimes,

Los conceptos gigantes

De Calderón, de Lope o de Cervantes.

¿No son acentos de dolor sombrío

Los que exhalas, sumido entre congojas,

Cuando te obligan a llenar las hojas

De virginal blancura,

Con el error impío,

Con la vil impostura

Que acrecen la terrena desventura?

Alivio sean de tus fieros males,

Pensar que de tu fondo todavía

Han de surgir tesoros inmortales,

Veneros de saber y de poesía.

¡Oh Imprenta soberana! ¡Quién pudiera

Cantar tu porvenir cual yo lo veo!

Percibo, aunque velado,

El nimbo de tu gloria venidera;

Lo que hoy es solamente balbuceo

Que hace vibrar el ánimo extasiado,

Será palabra firme y armoniosa;

El rosado crepúsculo naciente

Será mañana sol resplandeciente.

La voz, que prisionera

Se aduerme en el fonógrafo mañoso,

Tal vez sea el motor que, poderoso

Como blanda cascada,

Logre, con soplo suave,

-tal el que impulsa a la velera nave –

Imprimir a la máquina pesada

El dulce movimiento

Que en cifra natural inveterada

Convierta el vibrador sonoro acento.

Entonces podrá el labio,

-haciendo doble oficio –

A medida que brote la palabra

Meditada del sabio,

Deponerla en el dócil artificio,

Y el verbo, sin esfuerzo,

Irá por propio impulso,

Blandamente, en el blanco papel reproducido,

A convertirse en rasgo permanente.



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Dikt A la imprenta - Melchor de Palau