Dikt El propósito
¡Salve, mi querido albergue!
¡Salve, mansión solitaria,
nido feliz, do las Musas
el gozo y la paz me guardan!
¿Que, en fin, a tu dulce abrigo
torno otra vez? ¡Cuántas ansias
probó enajenado el pecho
que jamás en ti probara!
El amor… ¿Qué no ha perdido
el amor? ¡Ah!, todo es tramas,
todo falsedad y engaños,
todo doblez e inconstancia.
Me habló, le creí, le sigo;
y ¡ay!, que al dolor me guiaba.
¡Crédulo yo! ¿Qué valieron
mis experiencias pasadas?
¿Fue acaso la vez primera
que, al mar del amor lanzada,
sólo naufragios terribles
halló mi perdida barca?
Me acuerdo que, en otro tiempo,
saliendo de una borrasca,
Adiós para siempre, dije
a las fluctuantes aguas.
Mi chocita, mi inocencia,
y mis amigos me bastan.
No más amor, que las hembras
todas son unas, y engañan.
Esto decía, y ya entonces,
de lejos, me preparaba
el amor, en nuevos lazos,
nuevas y nuevas desgracias.
Le ví; resistí; no pude.
¡Es tan tiernecita mi alma!
Jura no amar cada día,
y cada días más ama.
Fui débil; cedí; ¿qué mucho
si contra mí guerreaban
mi gratitud, mi ternura,
y las lágrimas de Laura?
Vióme sensible, y al punto
sus elocuentes miradas
amor, amor, me dijeron,
y yo las veía, y callaba.
Doquier de mi faz pendiente,
su sonreír, sus palabras,
su seriedad, su silencio
en todo, y toda me amaba.
Yo en su pesar me afligía;
pero, inflexible, exclamaba:
No más amor, que las hembras
todas son unas, y engañan.
Mil y mil lágrimas tristes
la vi ocultar con sus palmas;
y escuché mil sordos ayes
expirar en su garganta.
No sé; pero, triste imagen
de un dolor sin esperanza,
parece que me decía:
Yo moriré, y tú me matas.
Eres piadoso, ¿y permites
que a tu rigor me deshaga,
bien como al yelo del cierzo
la amable rosa temprana?
¿Hay resistencia que dure
al eco de estas palabras?
Téngala allá quien no albergue
mis compasivas entrañas.
¿Yo resistir? ¡Ah, perezca
quien duro el oído aparta
de los dolorosos ayes
que él mismo tal vez arranca!
No soy así; yo no puedo
ver padecer; y trocara,
por las desdichas ajenas,
mis placeres y esperanzas.
Respira, infeliz amante,
enjuga tus llantos, Laura.
Yo te amo; ¡y adiós de nuevo
propósitos y palabras!
Al fin la amé; y en el punto
que yo mi fe la juraba,
con otro amante, en silencio,
ella cautelosa y falsa.
¡Gran Dios! ¿Y por qué la tierra
sufre tan pérfidas almas?
¡Oh, salve, chocita mía!,
de ti mi aflicción se ampara.
¡Oh salve, salve mil veces!
A tu silenciosa calma
torno al fin, y para siempre
al amor daré la espalda.
¡Oh libros! ¡Oh amigos dulces
en que mis penas descansan!
Fuera de vos, ya la tierra
es para mis ojos nada.
Ya no hay verdad en el mundo,
ni fe, ni amor… ¡Laura, Laura!
¿Así, de un pecho sencillo,
el fiel cariño se paga?
En vano, en vano confusa,
en llanto cruel ahogada,
me buscarás implorando
con voz humilde mi gracia.
Si débil fui, ya soy firme,
impío, cruel. ¡Oh Laura!,
mucho te amé… ¡Si a lo menos
alguna disculpa hallaras!
Yo te ayudaré; adormece
mis justas desconfianzas;
deslúmbrame, y te perdono,
y te amaré cual te amaba.
¿Qué digo, infeliz? ¿Es ésta
mi entereza y mi constancia?
Huyamos, albergue mío,
apaga oficioso, apaga
el fuego en que ardo, y responde,
si viene a turbarme Laura:
No más amor, que las hembras
todas son unas, y engañan.