Dikt La orilla
A mi madre, Inés Díaz Sotomayor
Arrojados de la infancia
-lugar de ninguna muerte verídica-
pierdo los ojos en el intento,
con la cabeza vuelta.
Volver la vista es un gesto de naufragio.
Nadie vuelve hasta allá realmente.
La orilla se va alejando a una velocidad asombrosa,
como así de veloz es el muro de bruma intensa
que se levanta desde el límite exacto a las alturas.
Nunca más se vuelve a poner un pie
en los parajes de la infancia,
esa es la pura y santa verdad.
No vamos desde la luz hacia la luz,
hay que aceptarlo.
Nadie sale de aquel sitio por su propia voluntad.
Nadie llega hasta la orilla y cruza el límite
como un cordero de Dios:
Todo exilio es a culatazos.
Todo exilio enfurece el aire.
Todo exilio es miedo y delirio al mismo tiempo.
Volver la vista es un gesto de naufragio.
Un gesto instintivo hacia la tierra firme
de la primera luz
y de la madre que se queda allá,
como un sol fijo en el cielo de allá,
porque ése es, a fin de cuentas,
el prodigio de la madre,
ésa su ciencia oculta,
ésa su ternura desesperada:
no irse con uno, sino quedarse en la orilla
llamándonos.