Dikt MaÑana vendrÁ el presidente
En los brazos desnudos de los fuegos y las derrotas,
con todos los infantes trepando por los amaneceres de una gaviota,
aparece la voz de un río derramado y agrietado.
Aparece la sombra que no es sombra de aquellas que terminen,
porque pasan los aviones de un lado hacia otro,
aún los oigo, como un metal que se funde en los intestinos de la muerte,
y fuego ante el enemigo y bombas
y soldados repartidos como hormigas odiosas.
Al mismo tiempo, gotea desde el cielo
el pueblo hundido hasta las narices, asfixiado,
perseguido hasta sus modestas madrigueras;
pero ahí está, es él, poniendo su pecho frente al dolor,
metralleta en mano, corazón en mano,
más inmenso que pronunciar cien veces su nombre,
más valiente que el verdadero trigo que ruge en los veranos.
Mientras tanto, de rodillas confiesan al obrero,
a los estudiantes les arrebatan los años a culatazos;
y en los ríos, las piedras van descifrando
el crudo idioma de la sangre,
nombres así, al azar, entregados por montones,
y apilados en la morgue de nuestros más oscuros recuerdos.
Pero sabemos que de aquella ceniza de primavera,
de aquella página arrebatada al libro de los horizontes,
salió un puño en alto, más alto que mil sueños.
No en vano, mañana vendrá el Presidente,
se paseará saludando a las multitudes,
arribará honesto por Morandé 80,
concurrirá al balcón para escuchar a los mudos
y el himno de siempre será coreado por primera vez,
como si esto fuera nacer, como si todo viniera desde el inicio,
como si viniera nuevamente e invencible,
la sola voz de Allende
para terminar con todos estos perdurables humos.