Dikt PÁjaro en una tormenta
Ese día, ese primer día de la naciente primavera
la embriagadora música amaneció sobre los montes.
La risa azul que irradiaba el firmamento
reverdecía las laderas y ensalzaba
los contrastes verdirojos de los prados.
Ese día florecieron los años de destierro
reconstruyendo la antigua cúpula dorada
con columnas de esperanza y miradores
que se abrían sobre el valle de la dicha.
Así, ciego, con la daga de tu nombre entre mis labios,
creí haber escapado a las fauces del destino,
pero hoy las sombras cenicientas de twin peaks
nuevamente han descendido sobre mí
y no hay una hondonada sin fisuras
donde poder respirar un minuto de sosiego.
¿Qué despiadada venganza de los dioses
me condena al arbitrio de las nubes
inquietantes, plomizas, que me cubren?
¿Qué oscuro designio ha desencadenado
el furor del vendaval sobre mis alas rotas?
Dondequiera que el atardecer me lleve
la faz del firmamento está cerrada.
Un granizo triste azota las esquinas
de esta ciudad vencida, saqueada y moribunda
donde hasta los perros vagabundos se estremecen
cuando sus ojos caen en la oquedad del cielo
tapiado por un muro de silencio perpetuo.
No hay luna que brille en esta noche aciaga
y hasta el bosque resuena con un murmullo de amenaza
que confunde la vigilia de los buhos
y acalla las Canciones de los árboles
como una divinidad incontestable.
Los ángeles blanden un estandarte de inclemencia
y el horror se va extendiendo en los zaguanes
como un torrente negro que va desdibujando
las huellas que dejaron nuestros pasos
en la alfombra de asfalto, en las baldosas
blanquinegras que adornan el recuerdo.
Todo es una sombra impenetrable,
todo un trueno aterrador que nunca cesa,
un relámpago atroz que incendia la cordura.
Y entre el caos volar, volar toda la noche,
toda la infinita noche atravesar los cielos
sabiendo que las tormentas nunca cesan
y que el amanecer es tan sólo una utopía
urdida con los frágiles cristales
del evasivo espejo que jamás se detiene.