Dikt Comemos sombra
Todo tú, fuerza desconocida que jamás te explicas.
Fuerza que a veces tentamos por un cabo del amor.
Allí tocamos un nudo. Tanto así es tentar un cuerpo,
un alma, y rodearla y decir: "Aquí está.»
Y repasamos despaciosamente,
morosamente, complacidamente, los accidentes de una
verdad que únicamente por ellos se nos denuncia.
Y aquí está la cabeza, y aquí el pecho, y aquí el talle
y su huida,
y el engolfamiento repentino y la fuga, las dos largas
piernas dulces que parecen infinitamente fluir, acabarse.
Y estrechamos un momento el bulto vivo.
Y hemos reconocido entonces la verdad e nuestros
brazos, el cuerpo querido, el alma escuchada,
el alma avariciosamente aspirada.
¿Dónde entonces la fuerza del amor? ¿Dónde la réplica
que nos diese un Dios respondiente,
un Dios que no se nos negase y que no se limitase a
arrojarnos un cuerpo, un alma que por él nos acallase?
Lo mismo que un perro con el mendrugo en la boca calla
y se obstina,
así nosotros, encarnizados con el duro resplandor, absorbidos,
estrechamos aquello que una mano arrojara.
Pero ¿dónde tú, mano sola que haría
el don supremo de suavidad con tu piel infinita,
con tu sola verdad, única caricia que, en el jadeo, sin
términos nos callase?
Alzamos unos ojos casi moribundos. Mendrugos,
panes, azotes, cólera, vida, muerte:
todo lo derramas como una compasión que nos dieras,
como una sombra que nos lanzaras, y entre los dientes
nos brilla
un eco de un resplandor, el eco de un eco de un eco
del resplandor,
y comemos.
Comemos sombra, y devoramos el sueño o su sombra, y
callamos.
Y hasta admiramos: cantamos. El amor es su nombre.
Pero luego los grandes ojos húmedos se levantan. La mano
no está. Ni el roce
de una veste se escucha.
Sólo el largo gemido, o el silencio apresado.
El silencio que sólo nos acompaña
cuando, en los dientes la sombra desvanecida,
famélicamente de nuevo echamos a andar.