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Dikt Trigueros de leÓn: no creo en tu muerte

Ricardo Trigueros De León

«La muerte es dolientemente bella. Va tocada de telas extrañas, de
mentolados vendajes. Es dueña de la alondra ciega y la oculta violeta. Su
presencia lunar se anuncia en el halo que moja los árboles; en el canto
triste de la noche; en la inmensa soledad….»
El canto funeral es antiguo. El dolor es antiguo. La imagen de la muerte
se presiente en los pasos de las sombras que nos alcanzan lentamente. Por
eso debemos vivir el instante, los detalles de todos los días, las cosas
que nos rodean, para ver surgir el símbolo celeste de la aurora en cada
respiración, en cada brote de luna.
Pero yo no creo en tu muerte.

Porque estas en los libros y en tus palabras sobre los últimos bohemios,
en el dolor cortante que llega a los hombres en sus noches sin auroras con
tu sed insaciable de fabricar versos. Tu fiebre de escribir y leer.
Me hablas de Raúl Andino y su obra, Vicente Rosales y Rosales, de Ramón
Quezada «De la vida que pasa»; del gato abogado para el gordito García
Salas; de la tragedia en el espejo y el mar donde reverbera la luz del
sol. Llamas a la luna del trópico de Emilio Ortiz Gutiérrez, al maestro
Gavidia en las riberas del Sena, Alfonsina Storni enamorada de lo
imposible y al tío Heledario Barrios – el hombre que no ve – anhelando
modelar estatuas de nieblas… me cuentas historias sobre tu primera
maestra Fela Estrada. De sus labios entreabiertos como queriendo hacer
brotar entre ellos la ultima palabra que se quebró en su garganta. Narras
el cuadro desgarrador entre los niños.
Llega el susurro de Verlaine y hace de la harina del sufrimiento su sacra
forma. Escribe a un poeta tísico, a su imagen sonambulica, pobre y
terrible. A las señoritas decentes que tratan de hacerse a un lado para
que no las infecte. Y canta el amor sin objeto en tu edad temprana.
Escribe al amigo, al secreto de la poesía.
Me hablas de la abuela desmadejando Canciones que a ti te arrullaron. La
mujer buena que te llevo nueve lunas en su cuerpo, a su gravidez.
Como puedo creer en tu muerte?
Si continuas en el ala blanca y en el amanecer campestre. Describiéndome
los geranios de la casa en Ahuachapán. Aromados buenos días en la ventana.
Vida sencilla y provinciana. Enciendes tu lámpara y vuelves a tomar el
libro y a pensar en la gracia que tienen los geranios….
Como puedo creer en tu muerte?
Si basta abrir las páginas de tus libros para encontrarte en don Nayo, la
vecina, la tortuga, la chiltota…
Veo tu ventana abierta al espacio ilímite. Y la palabra como llama votiva
quema los recuerdos.
Aparece tu campanario, su cielo azul, la iglesia y las calles retorcidas,
sus personajes casi mitológicos: don Toyano, el del saco relleno de
papeles; Sixto, con su cruz de latón persignándole el pecho eternamente; y
la Hermosa Elena, reina ilusa, que cargando sus ensueños dentro de sus
canastas, murió de tanto soñar con su amado Antonio.
Como puedo creer en tu muerte?

Si estás de nuevo junto a mi abuela, leyendo un libro de páginas suaves.
Como cuando te enseñaba en la casa allá en la montaña. Cantas junto a ella
en cada latido cálido, en un himno de gracias.
Vuelves a enseñarme los suaves octosílabos, las emociones sutiles, el
sentimiento hecho espuma entre las manos. Me hablas de Juan Guzmán
Cruchaga, de los ríos que saltan entre las breñas. Llegas con el trópico y
tu entusiasmo por la pintura de José Mejía Vides y el pueblo tendido en el
valle, el pueblo de casas pequeñas y jubilo en los domingos.
Como puedo pensar en tu muerte?
Si vuela tu palabra y me llaman tus manos blancas que se prolongan en
caricias
vienes a mi con tu romanticismo y el afán de tu recuerdo. El viento inicia
tu imagen,
Narras historias de Gabriela Mistral, de sus años de magisterio rural
hasta cuando trazo un mapa de poesía. Te ríes y recuerdas a Pablo Neruda,
sentado frente a ti charlando. Reminiscencia de mar. Pablo Neruda ama los
caracoles. Entre sus cosas raras (estampas orientales, versos, amuletos
están los caracoles. Los quiere. Suena el viento de caballos azules. Pablo
es tajante en sus juicios. Sonríes.
Me insinúas el misterio de la ausencia. Y vuelves a mi abuela con las
palabras más dulces Me dices: – leíste a Rafael Alberti – la sal, el pez, la
arena, la ola. Salen a su encuentro. Azorín que gusta mirar lo pequeño,
la grandiosidad de lo pequeño y fija sus ojos en un detalle, en una hoja,
en un insecto. Rubén Darío, bohemio de extraordinaria sensibilidad, una
torre de Dios, a mi querida Claudia con su Presencia en el Tiempo..
Yo no creo en tu muerte.
Estas vivo en las justas medidas. Con tu Perfil en el Aire y Labrando en
Madera, en cada autógrafo escrito por tus amigos, escritores y poetas:
Miguel Angel Asturias, Luis Alberto Sánchez, Joaquín García Monje, Juana
de Ibarbourou, León Felipe, entre otros. En tus declaraciones en torno de
los Juegos Florales donde habla del dominio del oficio y originalidad de
Ricardo Bogrand. Y de tu critica a jurado calificador. De tu recuerdo de
Alfonso Reyes perdido entre libros, contando anécdotas de su vida
literaria, sus experiencias en París, sus días en Madrid, de Río de
Janeiro, de Buenos Aires.



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Dikt Trigueros de leÓn: no creo en tu muerte - Yanira Soundy
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