Dikt El otro día está aquí
Nadie diría que hemos envejecido. Nadie sabe
cuánto tiempo ha pasado.
Él todavía tiene cabellos oscuros
en las sienes, aquellos cabellos largos café negro
que como cortinas le caían en la frente.
Es joven. No parece un hombre de 50 años,
ni yo una mujer de 45. Ayer
por la calle alguien me preguntó
por nuestros hijos. No los tenemos.
Sólo tuvimos un precioso jardín con la estatua
del Dalai-Lama en el centro
y una fuente en la que él y yo nos
asomábamos, con el agua clara formando pequeños
remolinos que giraban
hasta hacernos perder la cabeza. Por allí
pasaba el verano y el invierno. El polvo que
venía del norte diciendo cosas tristes
y luego los charcos que se secaban, recordándome
sus años y los míos.
Hoy quizá un trofeo de caza vale más para él
que un beso mío. Yo me he retirado de aquel
dulce paisaje de la vida. He olvidado la
suave cortina de sus cabellos cayéndole en la frente
y por el antiguo jardín miro pasar las densas
polvaredas – es el oro me digo-.
Y luego los charcos que se secan – es la edad-.
¡Ah! pero yo fui una chica de 20 años que
plácidamente soportaba el amor y el tiempo.