Dikt Espejos incendiarios (xi a xxi)
XI
¡Arder, arder, si entre tus manos fuera,
qué caricia tan dulce de la llama!
¡Qué suavidad del fuego que en la rama
es encendida y clara primavera!
¡Quién pudiera en el centro de la hoguera
ser la vegetación en que se inflama
y ser la voz de luz con que nos llama
a arder en la más cálida quimera!
Me quedaría entre tus labios presa
como un beso que a arder se ha abandonado
en el silencio más enamorado
de mi boca hecha fúlgida pavesa
y una vez sosegado su latido
con mi recuerdo quemaría al olvido.
XII
¡Quién pudiera en el sol quedarse ciego
y en pura luz sedienta arder consigo!
¡Quién en llama feroz, en enemigo
astro encontrar el más amable fuego!
¡Quién de tus manos se entregara al juego
y estuviera resuelto a arder contigo
sin importarle prevención de amigo,
amenaza, razón, consejo o ruego!
Quien así se concibe no pretende
ni lástima, ni envidia, ni baldones
de los que no comprenden lo que goza.
Porque el amor más puro a nadie ofende
y unidos los amantes corazones
alcanzan la alegría más hermosa.
XIII
Te escucho y siento el eco de tu aliento
hacerse ovillo en la luz de mi oído
y nunca oí a los hilos del sonido
formar madeja de más dulce intento.
Me has dado con palabras lo que siento
en un acento tan estremecido
que al pronunciarlas se me queja herido
el corazón con pertinaz lamento.
Con ese hilo de amor que tú me diste
el corazón cautivo fue tejiendo
su más profundo y cálido hospedaje.
Y en él a la pasión que en mí encendiste
traté de hallarle fondo descubriendo
la plena desnudez de su lenguaje.
XVI
El beso ha renunciado a la presencia
y la caricia viaja a la distancia
y el labio guarda la inquietud y el ansia
y la ternura se arma de paciencia.
La mirada se ve con resistencia
en la sola y aguda resonancia
con que mide la anchura de la estancia
que cobija los ecos de la ausencia.
Sin ti mi boca calla desolada,
se me hiela sin besos la sonrisa,
se me ahoga en silencio la mirada.
Sin ti la luz, la voz, el sol, la risa
son sombras de la larga llamarada
que busca su descanso en la ceniza.
XV
Quién pudiera dejar en esa boca
una caricia que desde el olvido
saltara sobre el tiempo defendido
y viniera febril, cálida y loca
a quebrantar tu voluntad de roca,
espuma desatada y cierzo herido,
con el entendimiento convencido
de que constancia vence lo que toca.
Triunfaría de ti si mío fuera
el tesón que los rostros de la tierra
modela con sus manos de agua y viento,
pero mudable soy, y pasajera:
Hoy mi caricia al aire mueve guerra,
mientras mi beso rueda por el viento.
XVI
Me rindo, ya no puedo más conmigo.
Cansada estoy de este vivir ausente,
de mirarte pasar entre la gente
y a tu lado marchar, mas no contigo.
El pan se hace enemigo de mi trigo,
batallan el que piensa y el que siente
en mi interior, y todo se resiente
como si en mí viviera mi enemigo.
Mayor penar que este dolor tan fiero
no he conocido, ni hay mayor tortura
que ver tus labios si los sé lejanos.
Y sin embargo, aunque de sed me muero,
la vida no me dio mayor ventura
que saber que en el mundo están tus manos.
XVII
Yo te invento, mi amor, de noche y día,
con esperanzas dulces y con dudas,
con rosas, con espinas tan agudas,
que clavan su tristeza en mi alegría.
Yo te invento de llama y lluvia fría,
de silenciosos gritos y de mudas
palabras, de verdades frías, rudas,
y de cálida y fértil fantasía.
Me invento cada día con paciencia,
aunque sé que tu boca está lejana,
un beso que me acerque a tu presencia.
Porque quiero cree que a esta inhumana
pasión de residir tanto en tu ausencia
no la alimenta una esperanza vana.
XVIII
Nadie volvió del cielo, ni ha contado
en qué consiste la mayor ventura,
ni ha descrito jamás tal aventura
el ojo que la dicha ha contemplado.
No se atrevió el sentido amedrentado
a proferir en cantos de dulzura,
ni habló de la tristeza y la amargura
de vivir de ese cielo desterrado.
Muero cerca de ti como si fuera
un exilado de ese paraíso
que cabe en el misterio de tus labios.
Habito así, mi amor, la amarga hoguera
en que tu ausencia cruel ponerme quiso:
No más tener de ti dudas, resabios…
XIX
Llueve en la noche y la quietud me llena
de una dulce y azul melancolía.
Hay un canto en la voz del agua fría
que apacigua la vida y la serena.
Siento el silencio que las cosas llena
de una mágica y quieta melodía
y en ella encuentra voz la fantasía
para tejer su música más plena.
Llueve en la noche. Pienso en la callada
palabra de tu labio estremecido
que no alcanzó la margen de mi oído.
Llueve en la noche. Yo te espero alzada
del sueño, con la fe puesta en tu mano
que en su caricia diga: No fue en vano.
XX
Con la voz desolada quiero hablarte
para que en ella pueda estremecerte
mi corazón deshecho por quererte
y muerto, en la distancia, de extrañarte.
Y no hay palabra fiel para expresarte
lo que en mi vida ha sido conocerte:
Mis ojos sólo viven para verte
mi amor crece con fe por esperarte,
mi boca entibia el beso por tu boca,
mis prisas no conocen acomodo,
mi sueño se desvive por la loca
quimera de estrechar tu cuerpo todo
y para ti se vuelca conmovida
hecha palabra mi ilusión perdida.
XXI
Tiene la voz una región de olvido
donde nombra el silencio lo pasado.
En ella se refugia, ya cansado,
mi amor desengañado y dolorido.
Aquel que tuvo en fuego tibio nido
y que del tiempo se creyó olvidado,
hoy llora solo, triste, amedrentado
de que por fin lo relegó el olvido.
Si a este amor tan ardiente y tan constante
pudo menoscabar el tiempo aleve
¿Qué no podrá vencer el cruel instante
que con paso seguro lleva en breve
al hombre más seguro y más amante
a ser tan móvil como el polvo leve?