Dikt Mar de nadas
Será difícil arrancar del ciego
enredado una flor: ni una flor sólo,
porque son siglos maraña y pánico.
(Leopoldo de Luis)
1
El mar. ¿Pero es que el mar existe?
Encima me diréis que en su zona abisal
almacena reveses de las cosas.
Puede tener un perro ahogado en la sombra,
un barco que fue árbol,
hombres a pensamientos, a pedazos de lodo
-coralinos-,
e incluso un ruiseñor que se asomó
a sus verdades íntimas.
¿Pero es que el mar existe?
¿Es que vagan sus olas la memoria
de Nemo o de Neptuno,
ese azul gris que le arrancó Picasso
o el refugio que nadie ha descubierto
del primer trasatlántico de niebla?
¡Cuánta lujuria blanca ha cometido el mar!
Condenado a no ser se desvanece.
Es una pompa sola.
Es un islote turbio de lágrimas salinas,
más salinas aún que las del hombre.
Pero el mar ya no existe, es otra tumba.
El mar se revolcaba
contra los galeotes ígneos.
Se dejaba arrastrar por las corrientes pérsicas.
Se teñía de azul. De grandes pájaros
alimentaba sombras
y se fue recogiendo hasta el principio.
Me diréis: Sólo el mar.
Y os tendré que decir
-igual que un eco sordo desfigura
las sombras de los barcos-:
Sólo el agua.
El manantial de Dios se va ahogando
y es una perla sola su existencia.
2
Yo recogí el mar.
Lo albergué en la cadencia de la nada.
Rescaté el cadáver de Alfonsina
y lo limpié de algas.
Ahora me pertenece.
Soy el dueño de algo que no existe.
Es justo este regalo, porque mi propia vida
es el sueño de alguien.
Yo pernocté observando
cómo el azul del mar se pincelaba,
se encendía con fuerza, casi bramaba – enhiesto-
en el centro del cofre en que lo guardo.
Era una bestia sola y me rugía fuerte.
Le miraba con saña,
tal si hubiese creado yo su furia.
Se mareaba torpe,
intentaba arrancar todos los goznes.
El mar es una vaca que, envuelta, va mugiendo
las olas, tercamente.
Yo pernocté a la sombra de ese perro.
De ese loco de amor, de esa lujuria.
Le vi desorbitar viejos cangrejos,
sirenas, arrecifes de almas casi pétreas,
caracolas. El mar.
¿Queréis que, astutamente, os muestre al prisionero?
¡Helo aquí,
en esta estrecha caja de cristal!
¡Mirad sus muertos ojos!
Aterrado me pide que le libre.
Le libraré de mí cuando algún dios
me arranque a mí del sueño de la muerte.
Como ya veis, aún es posible el cambio.
Tal vez algún marino pague, injusto,
ser esclavo indeleble.
No voy a consentir que un muerto
me arrebate la ira.
Después de todo, yo también fui condenado.