Dikt Invernadero
¿Qué será de nosotros, ahora? ¿Nos sorprendió esa
noche, para
siempre en el bosque
infundiéndonos el sueño de la herrumbre del pozo o
reencontramos
en la tarde el buen camino familiar
y se nos hizo un poco tarde en el jardín un poco
noche junto
al invernadero
las narices, las manos empavonadas de bosque, las
manos maculadas
de herrumbre del brocal, el escozor en las orejas
flagrantes, el
cuerpo del delito pegado a las orejas:
la picadura, el rastro de un insecto benigno?
¿O nos perdimos, realmente, en el bosque? Esto
podría ser como
el claro del sueño:
nuestra presencia en la que no se repara si no como se
admite el
recuerdo agridulce de los niños
bien entrada la noche, cuando en una penosa reunión
familiar todo
el mundo se ha esforzado en vano
por retenerlo arriba, en la clausurada pieza de juegos.
Porque algo
nos diría sin duda
este jardín que habla si estuviéramos despiertos; pero
entre él y
nosotros (nos hemos entregado
a nuestra edad real como a una falsa evidencia)
se levantan los años empavonados del aire que entra
al invernadero
lleno de vidrios rotos
vidriándonos la noche de un bosque inexpugnable.
Y allí afuera no hay nadie, todo el mundo lo diría si lo
preguntáramos
en voz alta; y si se nos escuchase preguntarlo; o si
se consintiera
en recoger esta absurda pregunta. Nadie, salvo el
reflejo difuso de
todos los rostros
en los vidrios intactos empavonados de nadie.
Las hojas nada dicen que no esté claro en las hojas.
Nada dice
la memoria
que no sea recuerdo; sólo la fiebre habla de lo que en
ella habla
con una voz distinta, cada vez. Sólo la fiebre
es diferente al ser de lo que dice.
Y allí afuera no hay nadie
Pero, ¿qué será de nosotros ahora?