Dikt Mientras me llevan esposado
I
Vino un hombre
y me llevó del brazo,
a la fuerza,
esposado.
Me enseñó una tarjeta,
un revólver
y su alma.
Me enseñó sus ojos
y me pidió disculpas.
Dijo que cumplía «órdenes».
Me habló de su mujer
y sus pequeños hijos.
En medio de la pena
pronunció estas palabras:
«perdone,
se tiene que vivir».
Vi las últimas llamas de la tarde
y me metí en la noche,
con miedo.
II
Es fría la cárcel. Y dura
y cruel. Y pesa como una lágrima.
Surgen en ella de súbito los caminos,
los besos inconclusos,
la noche y el silencio.
Todo se agolpa en la memoria:
los geranios,
la madre, la esposa,
la lluvia,
los espejos, las corbatas,
los hijos a la puerta de la casa.
Todo se viene de golpe
a la memoria. Y hace falta
una caricia,
una almohada,
una palabra sencilla,
un poco de amor.
Una navaja
diminuta con que cortar
poco a poco los sentidos.
Esto es: no ser el ser que somos,
sino su potencia y su acción,
su llama y su protesta. Ser pájaro,
nube,
sueño, proyecto,
semilla y árbol.
III
La cárcel duele en el alma:
tiene como ella rincones dolorosos;
paredes manchadas,
sucias invocaciones.
En lo más alto y en lo más bajo
de su miseria,
cuando la ve se ha extraviado
y la paz se nos niega,
y el pan no tiene esa delicada presencia
del trigo y de los ángeles,
cuando volvemos a ser lo que hubimos deseado
ser siempre,
entonces, la cárcel se abre,
se rompen sus ataduras,
y ya no estamos solos, sino alegres
y puros, y claros, y abiertos.
IV
Uno tiene que encontrar su destino.
En alguna parte,
en algún mes,
en alguna noche,
en alguna palabra uno tiene que encontrar
su destino.
Yo hallé el mío,
el que me hace feliz, el que me hace bueno,
el que me quita de un golpe
todas las esquivaciones;
el que me aclara y declara,
el dulce, duro, claro y oscuro
destino.
Ahora lo sé. Lo siento mientras
escribo este poema
y dejo atrás la cárcel. Y dejo atrás
la lluvia,
y la Patria, y la noche,
que también se quedan atrás
mientras me llevan esposado,
amarrado, digo,
a cumplir mi amargo y universal
destino.