Dikt Los celos del sacerdote
Obsta con densa máscara de seda
el cruel carmín de tu inviolada boca,
y la gran noche azul de tus pupilas,
y el cielo de tu frente luminosa.
Destrenza tus cabellos como un duelo
sobre tu nuca artística, ¡oh, Theóclea!
(tus largas trenzas
peinadas por los besos de mi boca).
Y reviste la túnica de luto,
que cuando en torno de tus flancos flota,
parece que la noche se desprende
de tus hombros. Yo quiero, con la loca
ansiedad de mis celos exclusivos,
sólo para mis manos, esa heroica
desnudez de tu seno, que aparece
como el orto de un astro; y esa gloria
de tu garganta que triunfal emerge,
como una copa
de acero, que los técnicos cinceles
labraron;
y esa curva vencedora
de tu ebúrnea cadera que realza
la orquestal armonía de tus formas
bajo la gran caricia de la seda.
Cuando cruces (fantasmas, luz, estrofa)
por las ruinas que pueblan mi cerebro,
como la triste luna que corona
la trunca arquitectura de las nubes;
yo quiero verte envuelta por las sombras
de la máscara negra y tus cabellos,
y la fúnebre seda de tus ropas,
como la estatua Libertad que velan
cuando la patria está en peligro. Sola
en mi templo de amor, dame tus brazos,
que anegarán mi cuerpo cual dos ondas,
en turbulenta confluencia unidas,
y el beso que en los sabios sacrílegos
me dejas en los labios como hostia,
y el albor de tu seno en que culmina,
bajo una tibia realidad de blondas,
el orgullo ducal de un palpitante
pezón de rosa;
y la gracia triunfal de tu cintura,
como una ánfora llena de magnolias,
y el hermético lirio de tu sexo,
lirio lleno de sangre y de congojas.
Y que sólo tus manos se destaquen
en la noche de seda de tus ropas,
cuando estés en mis brazos victimarios
(¡desedo crucifijo de las bodas!).
Y que sólo tus manos sean vistas
por extrañas pupilas, cual dos tórtolas
que se aman blancamente, consagradas
por los besos exhaustos de mi boca…
Y que gocen los hombres del delito
de tus manos desnudas: ¡Oh, Theóclea!