Dikt Andén 107
Paralelo a la rauda ventanilla, viene el río siguiéndonos hasta que el
brusco tren sube muy entusiasta a los reinos metálicos; continúa la ruta
de edificios cuadrados y azoteas orientadas hacia la sumisión. Las
flexibles paredes se arriman sigilosas a la inercia feliz de los vagones
que, sin violencia alguna, las obliga a cambiar el desdichado rumbo. En la
revelación de la adulta mañana, todas las azoteas llevan su desventura
hacia lo circular. No hay almacén abierto, ni respuesta ninguna cuando los
pasajeros descienden en silencio por la abrupta escalera de acero
inoxidable, a enfrentarse en voz baja a todos los caprichos de la adulta
vigilia. Tal vez en la distancia, desde los autobuses, algún hosco viajero
esgrima el New York Times en tanto el tren circula, prisionero en la
órbita de invisibles paredes. A las nueve, nosotros trataremos la forma de
iniciar el descenso, buscando en el semáforo la señal que inmunice todos
nuestros sentidos contra la voluntad de la férrea jornada.