Dikt Entrada en coma
Bajando tres pulgadas hacia la mole intensa del viejo atardecer, el verano
presenta sus frutos venerables. La tierna carne de la sedición se quema a
fuego lento sobre las barbacoas del maduro poniente y el alma azucarada
decide recostarse en la intensa pared, que trepa metro a metro hacia el
azul inocuo. Desde la cuadra inerme (que ya invaden, furiosos, los
resuellos del tren) hasta el puente al pastel, transcurren tres
kilómetros. Por esa gris razón, es preferible correr sobre el pasillo,
pagando los saludos al guardia que regula las amargas licencias de la
felicidad. Sólo resta un segundo para escuchar, si quieres, el pájaro
usurero, ensayando en la antena su obsesivo concierto. Al frente se
desplaza la multitud borrega de sobretodo insípido. A las pocas pisadas,
el cuadrado edificio nos levanta con dedos de ascensor hasta el séptimo
piso. A través del cristal de sinceras ventanas, la noche abusadora
muestra su diente de oro. En el seco pasillo, cae sin conciencia agosto.