Dikt Hotel 24
Quince minutos antes de que el gallo cantara, me reforcé las venas con 18
onzas de chocolate amargo, para cargar mi sombra del color de la noche.
Aunque la mansa habitación giraba a oscuras, del alto horno, donde a veces
se queman las estrellas, a veces me alcanzaba una chica porción a través
de la calle. Ya yo me había gastado gran parte de la noche ascendiendo y
bajando por altas escaleras, empujado por los cortantes gritos y
amarillos, que abruptos me seguían a través de las puertas infinitas. En
el cuarto contiguo, los lavabos inquietos cuchicheban a gotas; y mi cama
intranquila se arrastraba por alfombras cubiertas de confeti. Un gran
viento iracundo se batía por las ramas del parque: tocaba el ventanal con
puños adornados con anillos de cobre, y en el quieto pasillo, deambulaban
los huéspedes en medio de diciembre. Yo deseaba llegar hasta sus nombres y
compartir con ellos la luz artificial que recibía del cielo, pero el
airado viento se llevó mis señales Y las dejó perdidas sobre el parque.