Dikt Liberación
Recuerdo que estábamos en mayo, y afuera no chillaba la calandria ni el
inocente ruiseñor cantaba. Sólo sé que era mayo y a veces no llegaba más
que una simple lluvia que inundaba los campos de ruidosas nostalgias. No
existían más opciones: solo el artero mes que azuzaba sus canes: el de
dientes de acero, que te muerde la sombra, y el que tiene pelambre de
estropajo y destruye de un golpe tu sentido y se bebe tu sangre. Hasta que
llegó el día que, harto de soledad, me decidí a matar al carcelero a
golpes de cesuras y estridentes razones, pero al verlo vencido, me sacudió
una nota de rabiosa piedad. Y por eso, sembré su melodioso cráneo en la
mitad del patio, donde poco después, al calor de las horas, luminosas
cigarras comenzaron a bordonear el aire henchido de pretextos. Tras romper
los cerrojos, me encaminé cantando adonde me esperaba la simple carrerera,
en cuyo flanco izquierdo corrían y discurrían mansos algodonales que no
tenían sentido. Con la cabeza verde de grandes pensamientos, me puse los
zapatos – que de la inanición habían enflaquecido-, y empecé a deslizarme
hacia mi nueva ruta, sin saber cómo haría con tanta libertad.