Dikt El fin del otoño
¿Adónde rápidos fueron,
benéfica primavera,
tus cariñosos verdores
y tus auras placenteras?
¿Do están los amables días
cuando, a la aurora risueña,
de tus cálices rosados
tributabas mil esencias?
¿Do, los pomposos follajes
que oyeron las cantilenas
del ruiseñor, en las noches
llenando de amor las selvas?
¿Do estás, juventud del año?
Perdióse en la ardiente fuerza
de agosto; murió el estío,
y ahora noviembre reina.
Noviembre, que despojando
los bosques y las praderas,
con amarillos matices
las galas de abril afea.
¡Cual de los vientos al soplo
para siempre caen en tierra
las hojas, al pie del tilo
que vio su antigua belleza,
y sus maternales ramas,
en soledad lastimera,
los rigores del invierno
desconsoladas esperan!
Del invierno, que dejando
sus escarchadas cavernas,
ya se adelanta, seguido
de borrascosas tormentas.
¡Adiós, albergues queridos
de las aves halagüeñas,
nidos de amor, y teatros
de maternales ternezas!
Ya no abrigaréis piadosos
la desnuda descendencia
del colorín, ni mi oído
regalarán sus querellas.
¡Oh, cuán diferentes cantos
ahora doquier resuenan!
Que, entre orfandades, la muerte
su carro aciago pasea.
¡Cuántas virtudes oprimen
sus inexorables ruedas!
¡Cuánta esperanza sepultan,
y cuánto amor atropellan!
Ni la juventud perdonan,
ni el himeneo respetan.
¡Oh Filis, Filis!, ¿quién sabe
si ya, en nuestro mal, se acercan?
Nuestras niñeces volaron,
y, en pos, las flores primeras
de la juventud. ¡Ay tristes!
A nuestros días ¿qué resta?
En ellos ya, desde lejos,
asoma, de canas llena,
la ancianidad dolorosa,
el desamor y tristeza.
Amemos, amemos, Filis;
mira que rápidos llegan,
que ya este otoño es memoria,
y el tiempo destruye y vuela.