Dikt Una aventura
La brisa tersa y desnuda acariciaba nuestras frentes…
Gloria y Tomás, dos muchachos con quienes compartíamos nuestros juegos
hablaban de emprender una aventura.
Para mí, no había elección, era la más pequeña y ellos decidieron
Llevarme.
No podré olvidar aquel silencio en la quebrada, donde al principio todo
parecía muy divertido, volaban las palomas sobre los caminitos de arena
buscando un poco de agua y la voz de Dios parecía bautizar aquel sitio.
Las flores silvestres nos traían su perfume, besando nuestros pies, los
pájaros entonaban sus cantos bajo el mágico soplo de la tarde…
Era un ambiente fresco, lleno de musgos y helechos.
De pronto el agua se tornó oscura y los jardines quedaron sin colores, los
pies sin senda, los árboles sin raíces…
No había cielo, ni tierra, solo precipicios.
– Quiero regresar. Dije con voz entrecortada, pero todo era imposible,
estábamos perdidos…
Gloria nos ordenaba: – Sigamos que este túnel nos tiene que llevar a algún
lado.
Pensaba en mis padres, en el rinconcito tibio de mi cuarto, donde solía
pasar horas jugando.
Lloraba desconcertada…
Mis manos temerosas se aferraban al cuello de Gloria y mi hermano, al lado
de Tomás, veía el peligro con asombro.
No podíamos descansar. Todo se volvía más oscuro, habían lagartijas,
sapos, iguanas, tenguereches y muchos insectos.
Las aguas estancadas producían mal olor.
Los helechos que había cortado para mamá yacían en el fondo de un
precipicio…
-¿Dónde está el cielo?. Preguntaba.
– Cállate, ya es de noche. Me contestaba Tomás.
Mis ojos abiertos al silencio y a la sombra miraban con horror aquel
camino largo, interminable, donde los pájaros no hacen sus nidos, ni
canta el viento su eco, donde la rana se queda muda y el sapo saltarín
permanece quieto.
Seguimos caminando entre las sombras que crecían aprisa…
Por fin, una pequeña luz llegó a nuestros ojos. El aire fresco tocaba
nuestros rostros, sonreímos dichosos, habíamos encontrado el camino a
nuestro hogar.
Salimos de aquellos túneles a una fábrica. Eran como las diez de la noche.
Nos esperaba una larga caminata para regresar a casa. Yo pensaba en lo que
diría a mis padres, con cuatro años de edad no tenía mayor culpa.
Pero ya nada me importaba, al fin estaba a salvo.
Llegamos a casa, nos esperaban la madre de Gloria y Tomás con un lazo
mojado y mis papás.
Corrí a esconderme en la casita de Blacky mientras escuchaba a mis padres
reclamar a mis amigos y a mi hermano su conducta.
-¿Dónde está Yanira?. Preguntaba mamá.
Ninguno contestaba…
Yo temblaba como un pájaro asustado, pero la alegría de Blacky al verme,
me delató al instante.
Mi madre me ordenó que saliera de mi escondite, yo lo hice llorando como
si se fuera a acabar el mundo.
Nos castigaron a todos, y acabó de este modo, una de las aventuras más
emocionantes de mi infancia.
Nota importante:
Los niños y niñas no deben alejarse de sus padres, ni caminar a solas por
sitios peligrosos. Nunca lo hagas pues hay delincuentes que pueden hacerte
daño y ser víctima de un accidente.