Dikt Comienzo de la «qasida de las estrellas»
¡Qué bella aquella noche! Desde que nos envió de prisa a su mensajero,
la pasamos contemplando a los Gemelos del Zodíaco en sus orejas, como
pendientes.
Y la pasó también con nosotros un copero que se rebelaba contra
la oscuridad con su rostro, candela de aurora, a la que no hay que despabi
lar y que no se apaga.
Había en su voz un dejo nasal como el runrún de la gacela; era fra-
gante; la molicie hacía ligero su talle, mientras el licor hacía pesados sus
párpados, de abundantes pestañas.
El temblor del vino no le dejó mano, ni la vejación del curvar-
se para llenar los vasos, cintura.
Diríase que sus caderas eran un montón de arena sobre el
que se cimbreaba la caña del talle:¿Es que no conocéis la caña y el mon-
tón de arena?
Nuestros lechos sirvieron de vestido para nuestro vino, y para cubrirnos,
la tiniebla rasgó sábanas de su piel.
De corazón a corazón se acercaba el amor; de labio a labio volaba el beso.
Mas, por tu vida, despierta de nuevo al vaso y a los párpados del copero;
que de nuevo está despierto el porrón después de lo que dormitó.
La tiniebla ha comenzado a desanudar sus trabas, y el ejército de la noche
se apresta y se alinea para dar la batalla a la aurora.
Los luceros huyen para dejar paso a las Pléyades, que son como sortijas
que brillan en los dedos de una mano escondida.