Poesía española

Poemas en español


Dikt Introito

América fue un planeta inagotable
Poblado por desconocidas raíces
E innombrados caminos
Donde pirámides y selvas
Grillos y chubascos
Pululan errantes
Libres
Inviolables
Entre enigmáticas tribus
Y venenosas flechas
Atravesando bestias y poblados
Naturaleza y muerte
Luz y sangre
– los ríos del alba –
Era un mar intranquilo
De horas desmayadas
Y ardientes playas
Era un valle
De inmóviles rocas
Eternas
Sin odios
Sin fronteras
Sin temores.
Era la tierra despierta:
Bondadosa calle del barro
Por donde transitaron
Sus hombres de bronce
Brotados desde el fondo
De su sal
Y de su azúcar
Los hijos del maíz
Y de los dioses descubiertos
Los hermanos de la luz
Y los metales
Los propietarios del agua
Y las praderas
Desnudos
Como ramo de flechas
Eternos
Como sílabas de arcilla.
Era la tierra de ritos callados
Y rigurosos dioses
Proclamando
La vida
La muerte
La lluvia
La desesperación
El miedo
Las lunas puras
Sin profanaciones.
Y luego
Fue atravesado el cielo
El mar
El filo del horizonte
Fue una espada verde
Mordida de presagios
Y piras
Y crucifixiones
Y desde entonces
No hubo tregua:
Rodaron por el barro
Las cabezas de los dioses derrocados
Y el crepúsculo
Ya no fue el anuncio
Del nuevo día
Cuando el arcabuz
Despertó la sangre
En el vientre de la vida
y la muerte proclamó
Su imperio de sombras degradadas
Y la armadura reluciente
Detuvo el tiempo
En una hora sin nombre
Y el silencio se postró
Al los pies
De las vasijas de barro
Lamidas de cadenas
Y prisiones…
Mientras se modelaba el epitafio.
Y la vida fue determinada por decreto real
Y los días
Regidos por gobernadores grises
Y la tierra fue separada
De su vastedad
Y los calendarios
Traídos del imperio del asco
Impusieron jornadas laborales
Y castigos
Y prohibiciones
Y la distancia fue poblada
Por trenes y naciones
Por banderas y canales
Y todo siguió creciendo
Como un árbol
De profundas raíces
Buscando el fondo de la tierra
Su identidad
Los muertos de su herencia
Que hoy esperan
Embalsamados
Con las iras acumuladas
En la omnisciente soledad
De los museos.



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Dikt Introito - Héctor Miguel Collado