Dikt Oda a rubén darío (ii) (acompañamiento de tambores)
He tenido una reyerta
con el ladrón de tus corbatas
(yo mismo cuando iba a la escuela)
el cual me ha roto tus ritmos
a puñetazos en las orejas…
Libertador, te llamaría,
si esto no fuera una insolencia
contra tus manos provenzales
(y el Cancionero de Baena)
en el Clavicordio de la Abuela,
-tus manos, que beso de nuevo,
Maestro.
En nuestra casa nos reuníamos
para verte partir en globo
y tú partías en una galera
-después descubrimos que la luna
era una bicicleta-
y regresabas a la gran fiesta
de la apertura de tu maleta.
La Abuela se enfurecía
de tus sinfonías parisienses,
y los chicuelos nos comíamos
tus peras de cera.
(¡Oh tus sabrosas frutas de cera!)
Tú comprendes.
Tú que estuviste en el Louvre,
entre los mármoles de Grecia,
y ejecutaste una marcha
a la victoria de Samotracia,
tú comprendes por qué te hablo
como una máquina fotográfica
en la plaza de la Independencia
de las Cosmópolis de América,
donde enseñaste a criar centauros
a los ganaderos de las Pampas.
Porque buscándote en vano
entre tus cortinajes de ensueño,
he terminado por llamarte
-Maestro, maestro-,
donde tu música suntuosa
es la armonía de tu silencio…
(¿Por qué has huido, maestro?)
(Hay unas gotas de sangre
en tus tapices).
Comprendo.
Perdón. Nada ha sido.
Vuelvo a la cuerda de mi contento,
¿Rubén? Sí. Rubén fue un mármol
griego. (¿No es esto?)
-All’s right with the world-, nos dijo
con su prosaísmo soberbio
nuestro querido sir Roberto
Browning. Y es cierto.