Dikt Viii (diario de un mÁrtir)
Conozco esa canción; ecos perdidos
Sus notas son de plácidas historias;
Que a sus dulces y lánguidos sonidos
Desde mi edad de fáciles victorias
Están acostumbrados mis oídos.
Una noche -¿te acuerdas?- recorrías
Las teclas de marfil: tierno, amoroso,
Mirándome en tus ojos me veías,
Y tú con el intérprete armonioso
Los misterios del alma me decías.
Sentado junto a ti, mi pensamiento
De la existencia mísera y precaria
Las cuitas olvidó; y un vago acento,
Preludio de una mística plegaria,
La fiebre estremeció del sentamiento.
Después, dichosa, angelical, serena,
Alegraste mi hogar con tu sonrisa
Y esa canción que de pesar me llena,
Que viene en alas de la errante brisa
Y en las bóvedas cóncavas resuena.
¿Qué cosas al espíritu agitado
No dirán esas voces gemidoras?
¿Qué no dirán al pobre encarcelado,
Hablándole en las ansias de estas horas
De alegres tiempos del amor pasado?
Le dicen, ¡ay!, que su infortunio es cierto;
Que dentro del pecho el corazón sucumba
Y allí repose inanimado y yerto
Cual reposa el cadáver en su tumba.
¡Porque es verdad que su esperanza ha muerto!