Dikt Silva vii
Ya vuelvo a ti, Pacífico retiro.
Altas colinas, valle silencioso,
Término a mis deseos,
Faustos me recibid: dadme el reposo,
Por que en vano suspiro
Entre el tumulto y tristes devaneos
De la corte engañosa.
Con vuestra sombra amiga
Mí inocencia cubrid, y en paz dichosa
Dadme esperar el golpe doloroso
De la parca enemiga,
Que lento alcanze a mi vejez cansada,
Qual de otoño templado
En deleytosa tarde desmayada
Huye su luz del cárdeno occidente
El rubio sol con paso sosegado.
¡O! ¡como, vegas plácidas, ya siente
Vuestro influxo feliz el alma mía!
Os tengo, os gozaré; con libre planta
Discurriré por vos: veré la aurora,
Bañada en perlas que riendo llora,
Purpúrea abrir la puerta al nuevo día,
Su dudoso esplendor vago esmaltando
Del monte que a las nubes se adelanta,
La opuesta negra cumbre.
Del sol naciente la benigna lumbre
Veré alentar, vivificar el suelo,
Que en nublosos vapores
Adormeciera de la noche el hielo.
Del aura matinal el soplo blando,
De vida henchido y olorosas flores,
Aspiraré gozoso.
El himno de alborada bullicioso
Oiré a las sueltas aves,
Extático en sus cánticos suaves,
Y mi vista encantada,
Libre vagando en inquietud curiosa
Por la inmensa llanada,
Aquí verá los fértiles sembrados
Ceder en ondas fáciles al viento,
De sus plácidas alas regalados:
Sobre la esteva honrada
Allí cantar al arador contento
En la esperanza de la mies futura:
Alegre en su inocencia y su ventura
Más allá un pastorcillo,
Lento guiar sus cándidas corderas
A las frescas praderas,
Tiñendo el concertado caramillo:
Y, el río ondisonante,
Entre copados árboles torciendo,
Engañar en su fuga circulante
Los ojos que sus pasos van siguiendo,
Lento aquí sobre un lecho de verdura,
Allí celando su corriente pura;
Cerrando el horizonte
El bosque impenetrable y arduo monte.
¡O vida! ¡o bienhadada
Situación! ¡o mortales
Desdeñados y obscuros! ¡o ignorada
Felicidad, alivio de mis males!
¡Quando por siempre en vuestro dulce abrigo
Los graves hierros, que aherrojada siente
El alma, romperá! ¡quando el amigo
De la naturaleza
Fixará en medio de ella su morada,
Para admirar contino su belleza,
Y celebrarla en su entusiasmo ardiente!
Otros gustos entonces, otros cuidados
Más gratos llenarán mis faustos días:
De mis rústicas manos cultivados
Los campos que labraron mis abuelos,
Las esperanzas mías
Colmarán y mis próvidos desvelos.
Mi huerta abandonada,
Que apenas hora del colono siente
En su seno la azada,
De hortaliza sabrosa
Verá poblar sus niveladas eras.
Mi mano diligente
Apoyará oficiosa
Ya el vástago a la vid, ya la caída
Rama al frutal, que al paladar convida
Doblada al peso de doradas peras.
Veráme mi ganado
A su salud atento
Solicito contarle, quando lento
Torna al redil de su pacer sabroso.
O en ocio afortunado,
Mientra su ardiente faz el sol inclina,
Solitario filósofo el umbroso
Bosque en la mano un libro discurriendo,
Llenar mi pecho de tu luz divina,
Angélica verdad, las celestiales
Sagradas voces respetoso oyendo,
Que en himnos inmortales,
En medio de las selvas silenciosas,
Do segura reposas,
A sencillo mortal para consuelo
Tal vez dictaste del lloroso suelo,
De las aves el trino melodioso
Allí mi dulce voz despertaría,
Y armónica a las suyas se uniría
Cantando solo el campo y mi ventura,
Allí del campo hablara
Con el pobre colono, y en las penas
De su estado afanoso
Con blandas voces de consuelo llenas
Humano le alentara.
O bien sentado a la corriente pura,
Viva, fresca, esplendente,
Del plácido arroyuelo bullicioso,
Que entre guijuelas huye fugitivo,
Si del vicio tal vez la imagen fiera
Mi memoria afligiera,
El ánimo doliente
Se conhortara en su dolor esquivo;
Y en sus rápidas linfas contemplando
De la vida fugaz el presto vuelo,
Calmara el triste anhelo
De la loca ambición y ciego mando.
Imagen, o arroyuelo,
Del tiempo volador y de la nada
De nuestras alegrías,
Urja de otra apremiada
Tus ondas al nacer se desvanecen,
Y en raudo curso en el vecino río
Tu nombre y tus cristales desaparecen.
Así se abisman nuestros breves días
En la noche del tiempo: así la gloria,
El alto poderío,
La ominosa riqueza
Y lumbre de belleza,
Do ciega corre juventud liviana,
Pasan qual sombra vana,
Solo dolor dexando en la memoria.
¡O! ¡quantas veces mi azorada mente
En tu margen florida,
Contemplando tu rápida corriente,
Lloró el destino de mi frágil vida!
¡Quantas en paz sabrosa
Interrumpí tu plácido ruido
Con mi voz, o arroyuelo, dolorosa,
Y en dulces pensamientos embebido,
A tu corriente pura
Las lágrimas mezclé de mi ternura:
¡Quantas, quantas me viste
Querer de ti apenado separarme,
Y moviendo la planta perezosa,
Cien veces revolver la vista triste
Hacia ti al alejarme,
Oyendo tu murmullo regalado;
Y exclamar conmovido
Con balbuciente acento:
¡Aquí moran la dicha y el contento!
¡O campo! ¡o grato olvido!
¡O libertad feliz! ¡O afortunado
El que por ti de lejos no suspira;
Mas trocando tu plácida llaneza
Por la odiosa grandeza,
Por siempre a tu sagrado se retira!
¡Afortunado, el que en humilde choza
Mora en los campos y en seguir se goza
Los rústicos trabajos, compañeros
De virtud e inocencia,
Y salvar logra con feliz prudencia
Del mar su barca y huracanes fieros!