Dikt La mesa fugitiva
La tarde se inclina hacia otra tarde por cada borde roto. Con excesiva
inercia me lleva a un restaurante que oscila frente al agua. Fuerza
activa, violenta, donde se quema el viento, próximo a los instantes en que
respiran, a un lado del camino, las palmeras. Mis pasos solidarios
levantan con su impulso las diminutas casas. Una a una, felices, buscan
sólido apoyo cuando las roncas garzas regresan del cansancio. El muelle
surge de los residuos que nos dejó el verano; revive la pasión que se lava
las patas bajo la tempestad. En la sala, el patrón ilumina los vasos con
cerveza, seduciendo la luz entre sagaces dedos. Media hora más tarde, es
la misma terraza la que rueda hasta el borde preciso de la noche, y
amenaza con irse de bruces sobre todas las sillas. Nosotros nos libramos
de su hechizo cruzando los cubiertos por el norte del patio. Nos responde
un mugido de agua que atraviesa el religioso corazón de la papaya. Contra
el fondo educado de la mesa, se proyecta la espinosa armadura del pescado.
Otra vez el patrón, en medio del dintel, escruta los caminos por donde se
marcharon las veloces pisadas. El minuto es un bípedo, la inquietud sin
paredes: la estremece el rencor con alas de papel. No es tarde todavía
para saldar las deudas que acuden al poniente.