Dikt Los amantes enojados
Arrebolada, la aurora
miraba desde su carro
en los cristales del Tormes
al Otea retratado.
En el cáliz de las rosas,
oyendo al céfiro blando,
niño el abril asomaba
de rocío coronado.
El ruiseñor querellante,
de rama en rama saltando,
salve, le dice, y gorjea,
y son amores sus cantos.
Tal vez los roba el estruendo
con que baja entre peñascos
un arroyuelo travieso,
de roca en roca jugando.
Cae en el Tormes, que gira
y, en orbes siempre más anchos,
anuncia a su reino el triunfo
de su nuevo tributario.
Todo lo miran de lejos,
allá en los picos más altos
colgadas, unas cabrillas
de Filis pobre rebaño.
De Filis, zagala hermosa,
del Tormes honor y encanto,
en cuyo semblante, unidos,
reinan modestia y agrado.
Sus negros, lánguidos ojos,
melancólicos girando,
no hay corazón que no rindan,
y sin jamás intentarlo.
Sobre la mullida alfombra
de tréboles y amarantos,
yace, pensativa y triste,
la sien posada en la mano.
Lejos, allá por el suelo,
yace el rabel y el cayado;
y sin tutelares silbos
vaga sin ley el ganado.
Ni ya se engalana Filis,
ni teje para su amado
frescas guirnaldas, ni canta
sus amorosos cuidados.
En vano el Abril florido
ríe a la zagala; en vano
su amor oficioso imploran
las cabras tristes balando.
Todo es perdido; no escucha;
sus ojos no ven; sus labios
callan; para todo ha muerto,
y sólo vive en su llanto.
¿Qué penas su pecho afligen?
¡Amor, amor! ¡Cuán tirano
vendes tu favor! Su amante
rompió con ella enojado.
Tres días ha que, enemigos,
buscan diferentes pastos.
Filis ya cede. ¡Es tan duro
fingir desvíos amando!
Ya, de la cumbre de un cerro,
Damón, el pastor gallardo,
desciende en pos de sus cabras,
el cáñamo restallando.
A encontrarle vino Filis;
y al verle, se alza temblando;
quisiera esperarle, y huye,
perdida en mil sobresaltos.
De haberle amado se duele,
y nunca su amor fue tanto.
Se culpa del rompimiento,
y es el pastor el culpado.
Al fin se atreve, y resuelta
va con silenciosos pasos
hacia Damón, que la observa,
y se hace dormido el falso.
Llega, le mira; imprudente,
quiere arrojarse en sus brazos,
y va; pero teme, para,
y rompe en amargo llanto.
Pasó aquel tiempo en que Filis,
oculta, la voz mudando,
llamaba a Damón dormido,
y reía de su engaño.
¡Cuántos inocentes juegos,
cuántos mimosos halagos,
fruto de mejores días,
en su alma allí despertaron,
hoy son tormentos crueles
y los redobla Melampo,
que sobre el pecho de Filis
sienta las callosas manos!
Este es el can vigilante
que, guía leal del amo,
a la zagala anunciaba
la venida de su amado.
Siente, cuitadilla, siente,
llora tu mísero estado,
que yo también, compasivo,
tus lágrimas acompaño.
No temas que tus lamentos,
en los cóncavos sonando,
llamen al pastor dormido
de su profundo letargo.
Él vela, y oye tus lloros,
y arde en tu amor… ¡Cielo santo!
Ella se arroja, atrevida,
de su Damón en los brazos.
Él vuelve, y alza, y la mira,
y en ira y amor luchando
¡amor, amor!, ¿quién resiste
a tu omnipotente brazo?
Se enlazan los dos amantes
y, en mil besos regalados,
perdones tiernos se piden,
y se aman más que se amaron.