Poesía española

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Dikt Para destruir a la enemiga

Mira a la que avanza desde el fondo del agua borrando
el día con sus manos,
vaciando en piedra gris lo que tú destinabas a memo-
ria de fuego,
cubriendo de cenizas las más bellas estampas prometi-
das por las dos caras de los sueños.
Lleva sobre su rostro la señal:
ese color de invierno deslumbrante que nace donde
mueres,
esas sombras como de grandes alas que barren desde
siempre todos los juramentos del amor.

Cada noche, a lo lejos, en esa lejanía donde el amante
duerme con los ojos abiertos a otro mundo adonde
nunca llegas,
ella cambia tu nombre por el ruido más triste de la
arena;
tu voz, por un sollozo sepultado en el fondo de la
canción que nadie ya recuerda;
tu amor, por una estéril ceremonia donde se inmo-
la el crimen y el perdón.
Cada noche, en el deshabitado lugar adonde vuelves,
ella pone a secar la cifra de tu edad al bajar la marea,
o cose con el hilo de tus días la noche del adiós,
o prepara con el sabor del tiempo más hermoso ese
turbio brebaje que paladeas en la soledad,
ese ardiente veneno que otros llaman nostalgia
y que tan lentamente transforma el corazón en un
puñado de semillas amargas.

No la dejes pasar.
Apaga su camino con la hoguera del árbol partido por
el rayo.
Arroja su reflejo donde corran las aguas para que nun-
ca vuelva.
Sepulta la medida de su sombra debajo de tu casa
para que por su boca la tierra la reclame.
Nómbrala con el nombre de lo deshabitado.
Nómbrala.
Nómbrala con el frío y el ardor,
con la cera fundida como una nieve sucia donde cae la
forma de su vida,
con las tijeras y el puñal,
con el rastro de la alimaña herida sobre la piedra
negra,
con el humo del ascua,
con la fosa del imposible amor abierta al rojo vivo en
su costado,
con la palabra de poder
nómbrala y mátala.

Y no olvides sepultar la moneda.
Hacia arriba la noche bajo el pesado párpado del in-
vierno más largo.
Hacia abajo la efigie y la inscripción:
«Reina de las espadas,
Dama de las desdichas,
Señora de las lágrimas:
en el sitio en que estés con dos ojos te miro,
con tres nudos te ato,
la sangre te bebo
y el corazón te parto.»

Si miras otra vez en el fondo del vaso,
sólo verás ahora una descolorida cicatriz cuyos bordes
se cierran donde se unen las aguas,
pero pueden abrirse en otra herida, adonde nadie sabe.

Porque ella te fue anunciada en el séptimo día,
-en el día primero de tu culpa-,
y asumiste su nombre con el tuyo,
con los nombres vacíos, con el amor y con el número,
con el mismo collar de sal amarga que anuda la conde-
na a tu garganta.



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Dikt Para destruir a la enemiga - Olga Orozco