Dikt Vida, pasión y muerte del anti-hombre (ii)
Un niño triste a veces se me asoma a los ojos,
Pálido niño, pálido de silencio y de anhelo.
A veces también lloro por mi frustrada ancianidad,
Grito sobre mi muerte lejana y prematura,
Sumergido en angustia,
Como quien hunde la cabeza en una almohada
Para que nadie vea sus latentes racimos de tristeza.
Mi corazón de túnel abierto a la esperanza
Se anegó de preguntas al descubrir el mundo.
Flor de monstruosos pétalos que sabían a sombra,
Fue deshojando el lento conocer de las cosas.
Mía fue la sangrienta martingala
De pasión despeñada y sin sosiego.
Míos fueron los álgidos delirios de flechas desatadas,
De torrente sin rumbo, de soledad sin alas.
Míos fueron los surcos del hombre sin semillas.
Mía la herida cruenta.
Mío el sonido ciego.
(Como de lentos nudos desatándose,
como de negros faros viejas luces
que despiertan así, de noche, sin motivo,
para espantar fantasmas de velas en el sueño,
como de antiguas tumbas respiración sin sombra,
como coronas, grillos, o como rejas duras
de cárceles de donde nunca debe salir lo que penetra,
como helados museos de momias y de trajes sin cuerpos,
como sueño sin sueños,
como muerte).
Ah, la respuesta entonces de verdades inciertas.
Ah, la escueta y tremenda negación de la duda.
La mentira a la altura de la sed y la fiebre
Y la atónita espera desangrándose en versos
Y el inquirir sin término y el preguntar por nada.